Cornell Woolrich un perdedor, injustamente olvidado


En el género negro es común que los autores escriban en muchísimas ocasiones de perdedores, forman parte del paisaje habitual que podemos encontrar en las páginas de la novela negra. Lo que no es tan normal es que los autores entren en esa calificación como es el caso del que  hoy quiero comentar para ustedes, me refiero a Cornell Woolrich, un norteamericano nacido en Nueva York, el 4 de diciembre de 1903 y que falleció en la misma ciudad, el 25 de septiembre de 1968. No nació como un perdedor, pero la vida poco a poco, lo llevó a esa situación.

Probablemente su nombre no les dirá gran cosa a pesar de que fue el autor que consiguió  ser el más adaptado al cine o la televisión, creo que consiguió que setenta de sus relatos fueran adaptados al cine. Pudiera ser que tampoco les suenen demasiado los dos seudónimos bajo los que publicó gran parte de su abundante obra, William Irish y George Hopley, aunque sea el primero por el que es más conocido. Vamos a ver si modestamente ponemos un granito de arena en la recuperación de su nombre y de su obra.

Nació en el seno de una familia con buena posición económica, lo que le permitió viajar en compañía de sus padres, se doctoró en periodismo en la Universidad de Columbia en el año 1925. Un problema en su pierna le obligó a guardar reposo y aprovechó ese tiempo para dedicarse a la narrativa, consiguió ganar un premio que le proporcionó el dinero que le permitió viajar y vivir una temporada en París. A partir de ese momento decide dedicarse de pleno a la creación literaria. Entre los años 1926 y 1929 publicó tres novelas “Cover Charge”, “Children of the Ritz” y “Times Square” que recibieron una buena acogida por parte del público y la crítica.

Viajó a Hollywood, trabajó como guionista y se casó. Su mujer se divorció de él cuando descubrió que era un homosexual extremadamente promiscuo. Decidió volver a Nueva York, donde vivió junto a su madre. Sus problemas personales y la situación económica derivada de la Gran Depresión afectó a las ventas de sus libros lo que le obligó a escribir novelas baratas de tipo pulp por encargo. Entre 1934 y 1946 publicó más de 350 relatos en diferentes revistas especializadas en el género negro. En el año 1940 publica “La novia vestía de negro” una novela muy importante en el conjunto de su obra que muchos años después fue llevada al cine.

En sus novelas no hay un protagonista fijo, el autor nos habla de la cotidianidad, nos describe unas situaciones instaladas en la normalidad, hasta que el azar las transforma en sorprendentes, imprevisibles y en muchas ocasiones profundamente inquietantes; la rutina puede transformarse en un final inesperado a cuenta de la aparición de un detalle insignificante; en las novelas y relatos de Woolrich/Irish/Hopley  el final impresiona y, sobre todo, sorprende siempre. 

En su obra no vamos a encontrar crítica social, Woolrich nos cuenta una historia desde el punto de vista de la víctima; nos relata, con un estilo muy sobrio, la soledad del individuo, el miedo que siente ante la situación a la que sorprendentemente se ha visto enfrentado simplemente por una cuestión de mala suerte, el azar pone en su camino el detalle que va a cambiar su vida. El autor consigue en sus relatos que el lector tenga la percepción que lo que le sucede a la víctima le puede pasar a cualquiera.

Una de las cuestiones a subrayar en su obra, además de su humor negro, es la habilidad que posee para manejar el tiempo, que en su transcurso inexorable angustia al protagonista...  y al lector. Ya he dicho que muchas de su obras fueron adaptadas el cine y la televisión. De hecho su biógrafo afirma que fue “el cuarto mejor escritor de crímenes de su época tras Dashiell Hammett, Erle Stanley Gardner y Raymond Chandler”, pero a pesar de su habilidad para el relato, su capacidad para crear situaciones angustiosas que atrapan al lector, su imaginación para crear las tramas, a pesar de todo ello, su nombre se ha ido perdiendo en el olvido.

Tras la muerte de su madre se encerró en una habitación de hotel durante once años, el alcohol, la diabetes y la desidia provocaron que le tuvieran que amputar aquella pierna que le creaba problemas desde hacía muchísimo tiempo. Se negó a colocarse una prótesis y ello lo sentó en una silla de ruedas hasta su muerte. En España la editorial Acervo, publicó gran parte de su obra en los años sesenta, aunque afortunadamente todavía sigue editando alguno de sus títulos y ahí pueden conseguirlas los lectores interesados.

Es un autor muy interesante, merece la pena conocerlo, me van a permitir que incluya otra cita de su biógrafo, Francis Nevins Jr., que en el prólogo a la edición de una antología de sus relatos que publicó Alianza Editorial en 1986 decía: “Deberían leerla los teólogos para comprender qué es la desesperación, los filósofos para entender el pesimismo, los historiadores sociales para analizar la Gran Depresión, y los que se preocupan por los sentimientos del ser humano para experimentar a través de él lo que significa estar completamente solo”. Creo que esta afirmación por sí sola debiera provocar el deseo de conocer la obra del autor.

Hasta aquí hemos llegado, si Dios quiere, volveremos a encontrarnos en estas páginas el próximo miércoles. Hasta ese momento cuídense mucho. Un abrazo.

 

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