Mostar 20 de abril de 1993. Segunda parte

Mostar, la ciudad del viejo puente


Ayer dejaba el relato en el momento en que, melancólico, contemplaba como la columna de blindados que mandaba mi capitán se dirigía a Mostar. Me había quedado en Dracevo y eso no tenía remedio, al menos eso creía yo, así que me puse a la tarea de buscar acomodo para la tropa que no es que fuera trabajo de mucho lucimiento, pero alguien tenía que hacerlo y me había tocado a mí. Hice de tripas corazón y me  recordé a mí mismo la frase que repetía frecuentemente a los legías cuando pintaban bastos:  “En el Tercio, para lo que se tercie”  y me puse a trabajar.

Me encontraba en la puerta del barracón que había sido el comedor del destacamento hasta hacía unos minutos y que ahora estaba pasando a toda velocidad a ser el dormitorio de tropa de la Cía. Austria y mientras me fumaba un cigarrillo, escuchaba distraídamente al Cabo 1º Guerra que animaba a los legías a practicar las virtudes del trabajo, la limpieza y el orden, con su estilo característico.

Sonreí, el 1º Guerra era un fenómeno. Un legionario de los de antes, ceñudo, valiente, muy exigente consigo mismo, con sus subordinados y sobre todo... con sus jefes, que el puñetero no te perdonaba una. Pecaba en ocasiones de cascarrabias pero era un hombre que amaba profundamente a La Legión, estaba orgulloso de su empleo y, espero que  no lea esto,  quería a los legías como un padre, aunque los breara a broncas.

A mi espalda escuché un taconazo, me volví y me encontré a un  legionario que, en el primer tiempo del saludo, me decía que el Teniente Coronel  me requería con urgencia en el PC.  Pensé en el viejo dicho militar que advierte que del superior y del mulo cuanto más lejos más seguro. Pero como mi parachoques, es decir, el Capitán Romero, estaba en Mostar sabía que me tocaba ir para allá, esperaba que los dioses me fueran propicios y no tuviera que responder de algún desaguisado de mi gente, porque si el que me llamaba era el jefe, la cosa no podía ser menor.

Me apresuré a comunicar al Sargento 1º Ávila que se quedaba al cargo de todo aquello y me dirigí con rapidez a Mando Bandera, no quería que el jefe del cotarro se impacientara. El Teniente Coronel Jefe del GT. Colón, era un viejo conocido, Enrique Alonso Marcili, “el mataosos” apodo que se había ganado de teniente en Smara, hacía ya muchos años.

El Teniente Coronel Alonso Marcili en el barrio musulmán de Mostar
Era un Jefe con muchos años de servicio en unidades legionarias, “sabe manera” que hubiera dicho un saharaui. Tenía una brillante hoja de servicios en el Sáhara como teniente y eso en aquellos tercios saharianos era  mucho; fue mi capitán en la 1ª Cía de la VII Bandera y tuvo a  bien mandarme al curso de sargento, favor que le sigo debiendo. Me gustaba su manera de ser y de mandar, tenía un estilo muy directo y exigente, algo brusco en ocasiones que molestaba a algunos, pero a mí siempre me han gustado los jefes que lo son, que para amigos y compañeros siempre hay tiempo, pero en momentos de dificultad lo que hace falta es un jefe.

Pedí permiso y entre en el PC, la verdad es que mientras me presentaba y una serie de caras me observaban con aire de reflexiva curiosidad, percibí un clima de tensión, pero de tensión tranquila, el follón que tenían montado los del aposentamiento contrastaba con la tranquilidad que allí se respiraba. El Tcol ordenó que me adelantara y me dijo: Tu capitán y Recena están en Mostar, detenidos y recibiendo fuego enemigo,  vas a ir con tu sección para reforzarlos.

Respiré profundamente y tragué saliva, un escalofrío me recorrió la espalda. Se me presentaba una misión importante, de mucha responsabilidad y dije lo que toca decir en estos casos: A la orden mi teniente coronel. Éste me pidió que tomara nota y me dictó la orden misión que me firmó sobre la marcha. Estaban por allí, que yo recuerde, el Comandante Mariñas, el Capitán Armada y el capitán de la Compañía de Apoyo, una unidad que hacía de puente entre las agrupaciones y llevaba allí ya tres meses con la Málaga.

El Teniente Coronel que me miraba con atención, me preguntó si tenía que hacer alguna pregunta. Sonreí para mí mismo, nos estábamos moviendo dentro del protocolo y aunque hablábamos de disparos, enemigo y compañeros en peligro, el intercambio de información se producía con la misma tranquilidad que si me estuvieran ordenando que entrara de guardia con mi gente.

Pregunté cómo se iba a Mostar, porque no tenía plano, oí que alguien me decía que saliendo del destacamento en cuanto llegara a la carretera asfaltada, girara a la derecha y ya todo tieso hasta la ciudad, información que me pareció del todo insuficiente.

Supongo que se apiadarían de la cara de apuro que debía tener y me acercaron al plano que estaba desplegado en una especie de atril para que viera la carretera que llevaba hasta la ciudad, me indicaron en qué lugares encontraría los checks points de croatas y musulmanes, calculé los kilómetros que los separaban del PC y tomé nota de las distancias. En lo que me pareció un espacio de tiempo muy breve me habían explicado todo lo que se me ocurrió preguntar, que tampoco es que fuera demasiado.
Un servidor en el  Destacamento de Dracevo, ya adecentado

El capitán de la Cía. de Apoyo que no sé yo si era un cachondo o un cenizo del tamaño de la catedral de Burgos, hizo un aparte conmigo y me dijo en voz baja: Lo que te han ordenado es una locura, por esa carretera sólo hemos circulado de día. Ten mucho cuidado porque colocan minas y trampas explosivas. Vete con calma que vas a ser el primero en circular por ella de noche. Lo miré por ver si estaba bromeando, pero para mí desgracia me encontré con una cara seria y preocupada.

¡Empezamos bien! pensé, mientras sentía una terrible urgencia por dejar el Puesto de Mando y acercarme hasta la columna que estaba  organizando el Sgto 1º Ávila, antes que cualquier alma buena se le ocurriera darme otro consejo o aclaración. El Teniente Coronel me miraba con  aire de estar preguntándose si aquel Cabo 1º que él había propuesto para sargento, habría evolucionado bien hasta llegar a teniente y me dijo:  Rives buena suerte, en cuanto estés listo das la novedad por radio y te autorizaremos la salida, nos vas dando tu posición cuando llegues a los checks points y cuando estés cerca de Mostar tu capitán, que estará a la escucha, irá a buscarte a la entrada de la ciudad o ya te dirá él  donde quiere que vayas.

Me despedí reglamentariamente y me apresuré a salir en busca de mi gente, mientras caminaba hasta la columna, a la que además de mis tres BMR, s se habían incorporado los blindados de transmisiones y la ambulancia, recordé aquella frase que advierte de que hay que tener precaución con lo que se pide a los dioses, porque a veces éstos te dan lo que pides. Sacudí la cabeza, ya tenía lo que quería aunque estaba preocupado. Procuré olvidar lo que me había dicho el Capitán de Apoyo y afecté toda la tranquilidad del mundo cuando Ávila se me acercó para dar novedades.

"Apatrullando"
 la ciudad
Todo estaba preparado sin novedad, le pedí que reuniera a los componentes de la sección y les expliqué lo que se esperaba que hiciéramos. Los legionarios parecían expectantes pero no demasiado preocupados, les ordené que subieran a los vehículos y me quedé con los jefes de pelotón a los que expliqué la disposición de la columna. Terminé mi charla y  pregunté si tenían alguna pregunta, nadie dijo nada, así que ordené que montaran y pusieran los motores de sus vehículos en marcha.

Mientras subía a mi BMR y comprobaba las transmisiones internas de la sección y el enlace con el Mercurio de transmisiones que me iba a asegurar el contacto con el exterior, me encomendé a todos los santos. Me esperaba un trayecto por una carretera desconocida y peligrosa y me iba a llevar por ella Morales, mi conductor, un chicharrero nacido en Venezuela al que decididamente Dios no había llamado por el camino de la conducción. Le había dado junto a otros muchos legionarios el curso de conducción de BMR y era tan malo, que me lo asigné como conductor porque no tuve valor de hacer que otro cargara con las “cosas de Morales” que con el volante de un BMR en las manos era más peligroso que un mono borracho con un subfusil cargado.

Tras solucionar un problema con el enlace con la ambulancia, que los médicos y las transmisiones no se llevan demasiado bien, como tendría oportunidad de comprobar a lo largo de la misión, decidí que era hora de ponernos en marcha. Di la novedad correspondiente a través del Mercurio y se me autorizó a salir del destacamento, le recordé a Morales una vez más que pusiera a cero el cuentakilómetros de parciales, para saber cuándo nos acercábamos a un check point y por la línea interna de la Sc ordené de frente en columna de a uno. Pude ver al Teniente Coronel Alonso a la puerta del PC observando la columna, lo saludé reglamentariamente y a pesar de la distancia  correspondió al saludo.

A mi izquierda en la escotilla se encontraba el 1º Guerra, que tenía a su cargo el puesto de tiro Milán que llevábamos en el interior del vehículo, lo miré y le sonreí, me hizo una mueca mientras le explicaba a voces al legionario Ascanio, el tirador selecto que llevaba el fusil con mira telescópica, como quería que vigilara desde la escotilla trasera, el legía lo escuchaba con atenta resignación, mientras Morales se las había arreglado para casi calar el BMR y eso que arrancábamos cuesta abajo.

Mientras me acordaba mentalmente de la parentela del chicharrero habíamos llegado al cruce, giramos a la derecha y recé para que aquello  de “y ya después, todo tieso hasta Mostar” se convirtiera en realidad. Las luces  exteriores del BMR no me permitían ver gran cosa, por la línea interna del vehículo le recordé una vez más a Morales que no acelerara demasiado. Mientras intentaba ver algo en la carretera pensé que íbamos demasiado despacio, pero no quiero engañarles, me acordé de lo que me había dicho el Capitán de Apoyo y automáticamente decidí que la velocidad era la correcta. Entretanto habíamos llegado a la altura del cruce de Caplina y lo comuniqué por radio al PC.

Acaba de empezar una noche toledana en la que iban a ocurrir muchas cosas, a nosotros y a mucha gente más, pero eso se lo cuento mañana, si todavía les quedan ganas.


Comentarios

  1. Recuerdo que a los que llegaron con la cía de Apoyo, tres meses antes que nosotros, les llamábamos la AGT Marruecos, porque estaban entre (la) Málaga y (la) Canarias

    ResponderEliminar
  2. Muy bueno Ernesto, no lo sabía, para que digan que los Zapadores no entienden de otra cosa que no sea lo del pico y la pala. Ingenio y muchísimas cosas más. Un abrazo.

    ResponderEliminar
  3. Me he enganchado a la lectura, gracias mi Capitán. Un saludo Legionario
    Francisco Padilla

    ResponderEliminar
  4. Buenas tardes Padilla, muchas gracias por tu comentario, tan amable. Un abrazo legionario.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Albert Rivera y su irrelevancia política

In memoriam. Se nos ha ido Alexis Ravelo

El Día de la Madre