La guardia de Jablanica (Tercera entrega)

El cuerpo de guardia de Jablanica

La mañana había transcurrido con tranquilidad. Si descontamos el campeonato infantil de tetris que organicé en el cuerpo de guardia con la “voluntaria” participación de los propietarios de las game boy, no había sucedido nada digno de mención. Recordemos que corría el día 20 de junio de 1993, una fecha que miren ustedes por donde, tenía su especial relevancia. Para los que no son terriblemente futboleros explicar que en ese día, domingo para más señas, en España se jugaba la última jornada de una liga muy disputada y que tanto el Real Madrid como el Barça tenían opciones para llevarse el título.

El Barça jugaba en casa contra la Real Sociedad y el Madrid lo hacía en Tenerife, contra los chichas que habían hecho un campeonato sobresaliente. Un punto los separaba, el Barça partía con 56 puntos, mientras que el Madrid, que era el favorito, contaba con 57; los resultados que obtuvieran en la jornada decidirían al campeón de liga. Por la parte de abajo, que era a la que desgraciadamente me atañía, mi queridísimo RCD Español se jugaba el descenso con el Albacete, los pericos jugaban fuera, contra el Bilbao y los manchegos lo hacían en casa contra el Celta.

Toda la semana había asistido a las típicas charlas entre merengues y culés. Me sorprendía que en mitad de una guerra que vivíamos tan de cerca, mis legionarios tuvieran tan presente un acontecimiento deportivo y lo vivieran con la pasión que mostraban los forofos de ambos bandos. Parecería razonable que el fútbol y sus resultados hubieran perdido o al menos relativizado, su importancia, pero no era así. Lo del fútbol es una pulsión inscrita muy profundamente en la personalidad de muchos y como digo, a lo largo de la semana, las charlas, predicciones, puyas y algún que otro leve conato de discusión habían tenido muy “ocupados” a los más futboleros.

Que los había y en cantidad. Durante la mañana el rollo de las game boy los había tenido distraidos, pero ahora, después de que hubiéramos comido por turnos tal y como imponía el servicio de guardia, la gente centró su atención en los partidos que en breve se iban a jugar y a las especiales circunstancias que concurrían en ese final de liga tan disputado.

Hablaba de los forofos y si de forofos se trata, el protagonista absoluto no puede ser otro que el Cabo Espinosa. Un merengue de tamaño sideral, que profesaba una devoción por su club difícilmente comprensible. Espinosa era y es, un asturiano cabezón como el solo, aunque los años y el matrimonio le han aportado algo de ductilidad. Muy leal, discutidor, bastante bruto, era un buen legionario aunque siempre me hubiera dado muchísimo trabajo. Comprendo que con la descripción que hago de su persona haya quien piense que como digo que era un buen legionario y puedo entenderles, pero háganme caso cuando les digo que Espinosa era un legionario como la copa de un pino.

En Almería, cuando estábamos “disfrutando” de la fase de preparación para la misión, una mala noche a Espinosa se le ocurrió la brillante idea de saltar la tapia de la base y acercarse a Almería a tomarse unas copas. A la vuelta, que no vendían tinto, como afirma el dicho, sobre todo porque se lo había bebido todo mi estimado Espinosa, los vapores etílicos le aconsejaron entrar por la puerta principal del acuartelamiento, porque, al parecer, lo de volver a saltar la tapia a esas horas le pareció tarea incómoda y sobre todo innecesaria. Los que hemos bebido sabemos lo mal consejero que es el alcohol y, naturalmente, lo trincaron y se montó la mundial.

Me van a permitir que les explique que lo de saltar la tapia no es que sea una tradición aceptada como tal, aunque lo pienso, lo dejaré en una costumbre muy legionaria. Entiéndanme, no es una conducta aceptada sin más; en La Legión si la haces... y te pillan, la pagas; pero es una infracción leve en sí misma y si no hay consecuencias añadidas, tampoco es que se vaya a escandalizar nadie por ello, se corrige y problema solucionado.

Sin embargo en Almería, el mando en su infinita sabiduría de la que jamás se me ocurriría dudar, no lo permita el Señor, decidió dar un escarmiento ejemplar a futuros “escaladores de tapias” y demás aves aficionadas a la nocturnidad y el relajo y el coronel Morales, que fumaba en pipa cuando se mosqueaba, ordenó que mi cabo fuera expulsado de la misión y mandado a Puerto Rosario a pagar su culpa con el correspondiente arresto en la sección de trabajos.

A mí que lo arrestaran me parecía lógico, era de manual. En La Legión las cosas están muy claras, tú en uso de tu libertad individual, decides darte un homenaje en horas no permitidas, tu verás lo que haces pero si te pillan ya sabes que te van a meter un puro y si no te pillan, tanto mejor, a quién Dios se la dé, San Pedro se la bendiga y hasta la próxima. Por lo tanto lo del arresto iba en la receta, pero la expulsión de la misión me parecía una exageración, que al fin y al cabo, más se perdió en Cuba y venían silbando ¿o era cantando?

Hablé con el cabo que aún no tenía las ideas muy claras, todavía no había metabolizado el alcohol que había ingerido y se encontraba el hombre terriblemente sorprendido y muy molesto. Le escandalizaba profundamente la idea de que un pistolo , los adjetivos los omito, hubiera tenido los santos cojones (sic) de pararle a la entrada de la base y cuando le había explicado amablemente al centinela quién era y de dónde venía, el cabrón había llamado al cabo de guardia y de manera absolutamente incomprensible para Espinosa, había dado con sus huesos en un calabozo.

Le corté el rollo y le participé que si el coronel Morales no acababa con él, lo haría yo muy gustoso. Llamé a Ávila para que procurara que nuestro juerguista particular recuperara un aspecto que permitiera que fuera visto sin escándalo por cualquiera que fuera ajeno a la sección y que lo tuviera preparado y listo para formar a la hora de instrucción, al precio que hiciera falta. Como Espinosa seguía dando la murga animado por los efectos residuales de las más de quince copas de whisky con coca cola que debía haber trasegado, aunque empezaba a hacerlo en tono menor, le amenacé con las penas del infierno si no cerraba esa bocaza que tenía, lo encomendé al buen hacer de Paco Ávila y... me fui a hablar con el capitán Romero.

Ya he dicho que tenía un capitán fantástico y lo repito, Romero me escucho atentamente, mientras le explicaba lo que acabo de contarles a ustedes, puso cara de apuro y me dijo que ya había hablado con el teniente coronel Alonso y no había nada que hacer. Era cosa hecha, Espinosa debía liar el petate y abandonar la misión. Le pedí permiso para hablar con el Tcol. y me lo dio, aunque me advirtió que nada iba a conseguir y que me anduviera con ojo que el teniente coronel tenía un mosqueo considerable a cuenta del asunto. No me dijo nada, aunque supuse que Marcili le habría dado un buen repaso a cuenta del comportamiento del cabo de la Austria.

Me fui renegando de Espinosa y sus malditas ocurrencias hasta el Puesto de Mando de la Bandera. El brigada Málaga que se ocupaba de la secretaría de mi jefe, me miró con una ligera cara de guasa, o me lo pareció a mí, cuando le pregunté si el teniente coronel estaba en su despacho. Estaba claro que los de la Cía Austria éramos la noticia del día en la bandera. Me informó que efectivamente el Tcol estaba en su despacho y se encontraba solo. Me acerqué hasta la puerta y pedí permiso para entrar, el teniente coronel me ordenó que pasara y me preguntó con cara de pocos amigos qué era lo que me traía hasta su despacho. Le expliqué al Tcol. lo que pensaba sobre la expulsión de Espinosa, Alonso Marcili me dejó terminar y me dijo: He hablado con el Coronel Morales y es una decisión tomada, si quieres hablar con él, tienes mi permiso. Le di las gracias y me despedí apresuradamente.

Mi teniente coronel, perro viejo y harto de estar en unidades legionarias me dejó meridianamente claro con la frase aséptica y formal con la que se expresó que lo de la expulsión le parecía un castigo desproporcionado y así se lo había expresado al coronel Morales aunque éste se había negado a reconsiderar su decisión,, por lo tanto él no podía hacer más y si yo creía que podía mejorar la situación hablando con el coronel de mi Tercio, allá penas, que no creía que sacara nada en claro, pero que por él no fuera y que me largara para el Puesto de Mando de la AGT con su permiso y su bendición in péctore.

En la PLMM de la AGT, me hicieron sudar un rato, que es lo que mejor saben hacer con los fusileros, y me tuvieron entretenido mientras que uno tras otro me preguntaban que deseaba y me iban pasando de mano en mano hasta que llegué a la antesala del despacho del coronel Morales, donde me dejaron solo para que pudiera meditar en soledad, sobre mis pecados y los de mis subordinados. 

El coronel era … muy coronel, vamos a dejarlo ahí, pero sí quiero señalar que tenía una virtud sobresaliente, era un tío muy valiente y justo es que lo diga. No tenía la más mínima esperanza de que reconsiderara su actitud, pero por mí no iba a quedar. Me dije unas veinte veces que tenía que entrarle al coronel, suavecito como dice la canción, que me conozco y cuando me mosqueo se me nota muchísimo en el careto y a los jefes eso les joroba cosa mala. Repasé el esquema de la defensa que pretendía hacer de la causa de Espinosa una y otra vez aunque en el fondo creía que no me iba a dejar ni hablar.

Me dijeron que pasara, me puse en pie, me acomode el uniforme y decidido y con voz clara y potente, pedí permiso a mi coronel para pasar a su despacho.

Me hizo pasar, me presenté reglamentariamente mientras me observaba atento. Naturalmente no me ofreció asiento, digo naturalmente porque esa era su manera de decirme que no sabía como me había atrevido a llegar hasta allí para darle la brasa a cuenta de un cabo metepatas. Todavía no había sonado el nombre de Espinosa pero estaba claro que el coronel me estaba diciendo, sin abrir la boca,  que no me lo iba a poner fácil. Firmes,, tieso como un palo y con la barbilla señalando al techo se discursea bastante mal, pero lo hice en cuanto me preguntó cuál era el motivo de mi presencia, Se lo expliqué y cuando terminé se hizo un pesado silencio en el despacho.

Mi coronel dejó que transcurrieran al menos dos minutos antes de abrir la boca. Tú me garantizas que ese cabo tuyo no va a volver a meter la pata, me preguntó. Sí mi coronel, le contesté. Bajé un poco la barbilla y lo vi mirándome pensativo. ¿Crees que merece la pena que te comprometas por él? Sí mi coronel, volví a contestar.

Bien, dijo el coronel Morales, el arresto lo tiene que cumplir, tu verás cómo lo administras pero lo cumple, el escrito llegará a tu compañía y quedará registrado en la documentación del cabo ese. ¿Quieres algo más? No, mi coronel le contesté apresurado. 

Morales me miraba fijamente, en el fondo de su mirada me pareció que había una chispa de diversión, o quizás fuera otra cosa. Tampoco me entretuve mucho en mirarle a los ojos, seguro que llevar a cabo una inspección de pupila de tu coronel debe de estar penado por las leyes o los usos y costumbres militares. Había terminado con bien, Espinosa se quedaba en la misión aunque había tenido que empeñar mi palabra de que no volvería a meter la gamba y eso se lo iba a hacer pagar caro y con intereses.

El coronel me dio permiso para retirarme, lo hice lo más reglamentariamente posible y salí del edificio de mando con una sensación de alivio. Ahora me tocaba hacer el recorrido de vuelta y acercarme hasta mi teniente coronel y después hablar con mi capitán para darles la noticia.

Justo antes de comer iba a tener unas palabritas con el amigo Espinosa, a ver si tenía suerte y lo que le decía le producía un buen dolor de estomago.




Pretendía que este relato tuviera tres entregas, no ha podido ser o no he sabido. Así que el sábado, con suerte les terminaré de explicar lo que sucedió en esa guardia. Si son madridistas o culés no se la pierdan.




Comentarios

  1. Me tiene intrigado D. Miguel, creo que por lo que describe conozco al "Bocas". ¿Puede ser?

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  2. Pues no tengo ni idea, en primer lugar porque no sé con quién tengo el gusto de "hablar". Sin más datos... Un abrazo.

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