La depresión postvacacional no es una depresión.


 

Este año he estado atento a controlar los artículos o comentarios que pudieran aparecer en los distintos medios de comunicación sobre la dichosa depresión postvacacional y me ha parecido que no ha sido un tema que haya llamado demasiado la atención ni de los medios de comunicación ni de las redes sociales. Debo suponer que esa desaparición se deba a que, por desgracia, tenemos temas mucho más preocupantes de los que ocuparnos y de ahí el eclipse que les comento.

Llámenme malpensado, pero esa falta de atención por parte de la prensa, radio y televisión me ha llevado a una reflexión sobre la tan traída y llevada depresión postvacacional. Me parece que esa supuesta depresión no es otra cosa que un fenómeno, un invento, que se utilizaba para llenar páginas o espacios televisivos, cuyos creadores sufren a lo largo del verano una preocupante ausencia de temas interesantes, a lo que hay que unir la preocupante falta de personal en los medios, así que lo suyo es que rellenen lo que sea que tengan que rellenar con algún asunto sencillo, que no requiera demasiado esfuerzo, verbigracia la mal llamada depresión postvacacional.

El otro día hablaba de ese fenómeno en una red social y un amigo de mi curso paracaidista me escribió afirmando que “en nuestros tiempos eso no existía”, lo que hizo que le diera unas  cuantas vueltas al tema. No es de ahora, hace ya mucho tiempo que lo de la depresión a la vuelta de las vacaciones me parecía y me parece un invento muy poco fundamentado y sobre todo una frivolidad.

Hace unos meses, en una charla sobre el tema afirmaba que lo de la depresión postvacacional no era otra cosa que la melancolía que sufrimos casi todos los lunes, cuando nos toca volver al trabajo. Eso sí, dado que hablamos de lo que nos sucede tras las vacaciones habrá que multiplicar la postración de los lunes por los treinta días de asueto que se supone hemos disfrutado.

Así que, insisto, por una parte estamos hablando de un fenómeno a mi parecer inexistente y por otra quiero señalar que me parece muy imprudente llamar depresión a “una alteración del estado de ánimo que sufren muchas personas al terminar sus vacaciones, o cuando ven que les queda muy poco tiempo de “desconexión” del trabajo y pronto tendrán que volver a la rutina laboral”, que así es como se define el asunto que nos ocupa. Cuando hablamos de depresión estamos hablando de una patología grave, peligrosa y preocupante; muy difícil de diagnosticar en sus primeros estadios y terriblemente complicada de tratar. Una patología inhabilitante que puede acabar con la persona que la sufre. He leído un par de artículos firmados por profesionales de la salud mental que entendían que a la alteración  postvacacional debería llamársele en todo caso estrés o síndrome vacacional, que son dos expresiones que a nada comprometen.

Y no es que sea exagerado o que el tema me toque de cerca, porque, gracias a Dios, en mi familia por ahora no hemos sufrido ese horrible problema, simplemente me repugna la falta de respeto que supone para la enfermedad y las personas que la sufren, tildar con el nombre de esa patología, a una tontería del calibre de la murria que todos hemos sufrido cuando nos toca volver a hacer frente a nuestras obligaciones cotidianas, tras unos días de asueto.

Probablemente yo también haya banalizado el uso de la expresión, todos somos víctimas del machaqueo de los medios de comunicación. Tenemos la fortuna de contar con un caudal muy importante de información que nos llega por distintos medios, pero a veces eso nos lleva a aceptar cuestiones que en mi opinión, resultan lisa y llanamente inaceptables.

Si queremos hablar de esa modestísima alteración del estado de ánimo que sufre el currante cuando debe volver a su trabajo y lo queremos hacer con precisión, aquí les dejo una colección de substantivos que creo definen esa alteración mucho mejor que lo de la depresión postvacacional: Desgana, pereza, desidia, holgazanería, indolencia, parsimonia, flojera, vagancia, chucha, acidia, galbana. Y seguro que hay más.

Creo que merece la pena recordar que el pensamiento es el mecanismo que nos permite entendernos con nosotros mismos y el lenguaje la herramienta que utilizamos para entendernos con los demás; por eso es tan importante que ambos vayan de la mano, si así lo hacemos evitaremos a los demás y a nosotros mismos muchos problemas.

Me ha quedado una entrada algo melancólica, pero se me quedó en la memoria la frase de mi amigo y los que me conocen ya saben que como  se me ocurra algo, si no lo digo, reviento.

Hasta aquí hemos llegado, espero que si Dios quiere nos volvamos a encontrar por aquí el próximo sábado. Cuídense mucho.

Un abrazo.

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