Lo mejor es enemigo de lo bueno (Primera parte)



Si las cuentas no me fallan hoy es domingo y como ya saben los  habituales lectores de este blog, en domingo no hablamos de política; una medida de higiene moral que creo que hay que mantener, así que dejaremos los asuntos políticos para el lunes, día en la que ya comprobaremos como van las cosas en ese registro. Hoy les ofrezco la primera parte  del relato  "Lo mejor es enemigo de lo bueno” que forma parte de mi libro “Legionario en Bosnia 1993”.

Los hechos que se relatan transcurrieron en la vieja ciudad de Mostar, advierto a los lectores que el presente relato es triste. Les cuento en él unos hechos que todavía cuando los recuerdo se me hace un nudo en el estómago. Espero que la lectura de esta entrega les anime a adquirir el libro. Si así fuera les basta con clicar en la imagen de la publicación que se encuentra en la columna a la derecha del texto, exactamente donde dice "Compra Legionario en Bosnia 1993, aquí" el enlace los llevará hasta la página que les permitirá comprarlo en Amazon.

"Lo mejor es enemigo de lo bueno. Esta es una frase de las que yo creía resultaban muy sencillas de comprender, pero mi experiencia me dice lo contrario. En ocasiones, al utilizarla, he visto en quién me escuchaba esa cara de póquer que se nos pone a todos, cuando no entendemos algo de lo que nos dice nuestro interlocutor y por la razón que sea no pedimos que  nos aclare lo que no hemos comprendido.

Como les digo la frase en cuestión me ha parecido siempre de una claridad meridiana, pero será  porque me hago viejo o vaya uno a saber cuál pueda ser el motivo, empiezo a pensar que igual no está tan claro el concepto que expresa. Voltaire que era un  poco puñetero y además francés decía que “Lo perfecto es enemigo de lo bueno”, que viene a ser lo mismo, pero más cargado de bombo y que tampoco es que aclare demasiado ni el contenido ni la intención que se supone expresa la dichosa sentencia que nos ocupa.

Hay quien sostiene que la frase supone la consagración de la mediocridad y otros, entre los que me cuento, entendemos que quién la dijo por vez primera, lo que pretendía expresar era que cuando las cosas funcionan razonablemente bien, más vale no complicarse la vida. Cuando alguien está en la arena toreando un miura y el toro toma el engaño con una suavidad sorprendente mientras la plaza se cae de aplausos, si el torero llevado por el entusiasmo decide adornar la faena con alguna fantasía, el interesado no lo sabe, pero tiene muchísimas más posibilidades de terminar en la enfermería que de cortar las dos orejas al morlaco.

Me van a perdonar el proemio pero es que hoy quiero contarles un suceso que me tocó vivir en aquella Bosnia de 1993 y al que le es de aplicación la frase que da título al presente relato, un suceso triste y doloroso en el que ya les aviso, no ganan los buenos. Porque en Bosnia unas veces nos fue bien, otras regular y en más ocasiones de la que a uno le gustaría reconocer, decididamente mal y por eso lo cuento, no quisiera que de la lectura de estos relatos sacaran ustedes una visión equivocada de cómo nos fueron las cosas por allí.

Lo de que no siempre ganan los buenos, no tiene nada de extraño si consideramos que la sabiduría popular española nos lo ha advertido desde siempre diciendo aquello de: “Vinieron los sarracenos y nos molieron a palos, que Dios ayuda a los malos cuando son más que los buenos” y si eso pasó en Guadalete allá por el 711, desgraciadamente seguía pasando en la Bosnia de 1993, sin que  la referencia  que contiene el dicho a los sarracenos, tenga nada que ver con los musulmanes de Bosnia, que allí había malos de todas las creencias. Quede claro, no sea que nos metamos en veredas que nada tienen que ver con lo que allí realmente sucedía y la vayamos a liar.


Nos encontrábamos en Mostar, corría como ya les he dicho el año 1993 y  me parece que era el día 25 de mayo pero tampoco podría jurarlo. La situación en la ciudad se estaba calentando a base de bien, nosotros seguíamos a lo que nos tocaba, patrullar sus calles, acudir dónde hiciéramos falta, auxiliar a la Comisión Mixta en sus trabajos, prestar ayuda a los habitantes de las dos zonas en la que se había dividido la ciudad y denunciar de manera constante las continuas rupturas del alto el fuego, del que teníamos la impresión que no se había observado nunca.

Por explicarlo de una manera realista. En teoría, actuábamos como fuerzas de interposición  y de control del alto el fuego, situación que se daba solamente sobre el papel, eso es lo que había y no podía haber queja porque ya sabíamos todos o casi todos, desde siempre, que estábamos en el Tercio para lo que se terciara.

Claro que habría quien pensaría antes de llegar a Bosnia, que lo del Tercio y lo que se tercie no eran más que palabras vacías de contenido real, pero me parece que los escépticos, si los hubo, descubrieron muy pronto que además de palabras, eran filosofía viva y regla de conducta, lo aprendieron en muy poquitas horas el día de nuestro “estreno” en Mostar.

Aquella  mañana habíamos salido de Dracevo sobre las 08,30 horas, la columna a la orden del capitán Romero la formaban el blindado de mando de la compañía, un BMR de MM, mi sección, el Mercurio y la ambulancia. Pasamos por Medjugorje para recoger a la intérprete que el mando nos asignaba hacía ya unos días.

Teníamos graves problemas con los componentes de la Comisión Mixta, que en cuanto se encontraban, tendían a montar unas broncas descomunales que nos obligaban a intervenir para evitar que los “pacificadores” se mataran entre sí; por lo tanto parecía lógico procurarnos una capacidad de interlocución que no teníamos debido al desconocimiento del idioma. De ese problema nos salvaba la presencia de la intérprete que cuando llegaba la hora de dar explicaciones o poner orden, lo hacía en croata lo que ayudaba muchísimo a bajar la tensión y facilitaba la posibilidad de razonar con aquellos angelitos.

Porque en Bosnia en general y en Mostar en particular lo verdaderamente peligroso era que una situación se calentara por sorpresa y los contendientes fueran cogiendo carrerilla. Como les dejaras que subieran de revoluciones se podía liar la de San Quintín  en menos que canta un gallo. Por eso la presencia de un intérprete facilitaba muchísimo la labor, porque no nos engañemos cuando uno reduce su capacidad de diálogo a decir polaco, polaco y nema problema (tranquilo, tranquilo, no hay problema), que era de lo poquito que podíamos usar de nuestro conocimiento del serbo-croata, lo cierto y verdad es que los protagonistas de la discusión te ignoran y en décimas de segundo te montan la mundial a lo peor por una tontería sin importancia.


Hoy la intérprete que nos tocaba en suerte era una argentina madurita, hija de la diáspora croata, que lucía una roja media melena –generalmente despeinada –  de la que tengo que confesar que no recuerdo el nombre. Y no lo recuerdo por dos motivos, en primer lugar porque soy un desastre para nombres y fechas y en segundo lugar porque los legías que son unos analistas muy finos, amigos de ponerle mote a todo el que se mueva en las cercanías de su entorno y también bastante puñeteros, la llamaban “Carmen Sevilla” y no era porque tuviera parecido físico con la folclórica, sino porque siempre iba medio despeinada, los pantalones por fuera de las botas y tenía aspecto de despistada.

Total que se me pegó lo de Carmen Sevilla y cuando andaba distraído la llamaba Carmen. Pero independientemente de que el uniforme le sentara peor que a un Cristo dos pistolas, que llevara siempre una de las perneras del pantalón fuera de la bota o que tuviese un estilo muy peculiar para atarse el calzado por decirlo de una manera amable, independientemente de todo eso “Carmen” hacía su trabajo con una profesionalidad que ya hubieran querido para sí muchos de los intérpretes que trabajaban con nosotros.

Era seria, respetuosa, tenía mucha curiosidad, aunque preguntaba con bastante criterio y en general se mostraba algo reservada, lo que resultaba lógico. Hay que considerar que su situación no era nada fácil, rodeada de hombres que sufrían una forzada abstinencia,  debía actuar con cierta prevención para evitar que algún patoso se confundiera, que ya se sabe que de todo hay en la viña del Señor.

La recogimos y seguimos camino a Mostar, llegamos sobre las 09,30 horas y llevamos a cabo el relevo sin novedad. Colocamos los vehículos que ocupaban los puestos de control y con el resto dimos lentamente unas cuantas vueltas por las calles de la ciudad, con la finalidad de hacernos ver. Lo normal era que  a esa hora de la  mañana no se oyera ni un disparo, cuando la mañana fuera avanzando habría que ver cómo pintaba el día.

Tras un rato me acerqué hasta el local en el que tenía su sede la dichosa comisión. El capitán y el sargento Hidalgo ya habían montado los dos puestos que cerraban el tránsito de vehículos y personas a la calle en que se encontraba el edificio en el que se reunía la Comisión Mixta,  a los puestos de la calle había que añadir el que se colocaba en la puerta de acceso al edificio que cuidaba no entrara nadie armado a la sala de conferencias.

El capitán Romero me pidió que cruzara el puente de Tito y recogiera a los delegados musulmanes, para ello debía ir sólo con mi vehículo y como tripulación además del conductor y el tirador de la ametralladora, la intérprete, el cabo 1º Guerra y un legionario. El resto de blindados eran necesarios para cubrir los puntos de control y la gente sobrante de mi tripulación reforzarían los puestos que bloqueaban la calle. Así lo hicimos y a las 10,30 horas estábamos como clavos en la puerta del cuartel general musulmán.

Mientras esperábamos le pregunté a “Carmen” si alguna vez había llevado a cabo el servicio que nos tocaba realizar, me dijo que no y le expliqué que de lo único de lo que debía preocuparse es de traducir exactamente lo que yo dijera y que era importante que la traducción fuera lo más fiel posible, para evitar errores o malas interpretaciones. La preparé un poco para lo que nos podríamos encontrar y me pareció que estaba muy atenta a lo que le decía y tranquila, de lo que me alegré; ya he contado en estos relatos lo incómodo que resultaba tener a un intérprete nervioso o asustado cuando hay que realizar una misión.

Oí a Valerón - que era el legionario que Guerra había escogido, supongo porque era muy aficionado a levantar pesas y tenía un aspecto que imponía, a pesar de que era un pedazo de pan - que me advertía que ya venían los delegados musulmanes. Ordené a Morales que abriera el portón trasero por el que desembarcó Valerón que se puso a un costado del blindado, oí como los musulmanes saludaban y entraban en el vehículo. Eran cuatro, me agaché para poder hablar desde el interior y les deseé buenos días. “Carmen” se sentó en el banco justo al lado del espacio que yo ocupaba en la escotilla para que pudiera escucharme mientras estábamos en marcha y a la vez hablar con ellos.

Le pedí que les recordara a nuestros invitados que no podían ir armados y que si alguno portaba un arma que hiciera el favor de entregársela al Cabo 1º Guerra. Los musulmanes aseguraron que iban desarmados, le hice una señal a Valerón para que subiera y nos pusimos en marcha. En unos minutos enfilábamos la calle de la comisión, Morales frenó delante de la entrada y abrió el portón por el que desembarcamos todos, saludé al capitán que me ordenó que  metiera a los delegados musulmanes rápidamente en el interior del edificio, para evitar cualquier riesgo.

Entramos por un pasillo embaldosado que había entre la pared del edificio y un parterre del jardín y al llegar a la puerta le pedí a “Carmen” que les advirtiera que íbamos a entrar, pero que nos quedaríamos en el vestíbulo hasta que me cerciorara de que iban desarmados. No les gustó la idea, pero a mí me tenía mosca uno de ellos que llevaba una cartera de mano que quería ver. En primer lugar entró Guerra que se situó entre la puerta y la pared del fondo del vestíbulo, así no podría quejarse de no tener línea de tiro y ya en el interior comencé a cachear a los musulmanes.

Cuando le tocó el turno al de la cartera, abrió exageradamente los brazos para facilitar el cacheo, le pedí a “Carmen” que le pidiera que me enseñara el contenido de la cartera, contestó muy excitado que era documentación confidencial y a través de la intérprete le expliqué que no iba a mirar ningún documento. Insistía en no abrirla, pero el que parecía el de más autoridad de ellos, le dijo algo en tono  seco  y la abrió sobre la marcha. Cuando le eché un vistazo me encontré con varias carpetas y una granada de mano.

Que un delegado de una comisión que persigue mantener el alto el fuego, acuda a una sesión de ese órgano con una granada de mano, creo que define perfectamente la situación que vivíamos todos los días. Le quité la granada, mientras el tío protestaba y manoteaba, me la guardé en un bolsillo y le pregunté a Carmen que es lo que decía. El paisano exigía que le devolviera la granada cuando terminara la sesión. Le dije que no, que la granada se la quedaría el equipo de desactivación de explosivos y como seguía dando la matraca miré al que le había dado el toque, que volvió a decirle algo secamente  y consiguió que cerrara el pico. Terminé de cachearlos y les pedí, a través de Carmen, que pasaran a la sala y se acomodaran, retuve al que me había ayudado y le advertí que el incidente quedaría entre nosotros y que no figuraría en mi informe. Sonrió y sin abrir la boca pasó a la sala.

Salí, le di la novedad al capitán Romero que me dijo ― Miguel esta tarde sobre las 16,00 horas pasas al otro lado y te acercas hasta el hospital musulmán que el director quiere hablar con nosotros, bueno ― se echó a reír ― con nosotros no, quiere hablar precisamente contigo.


― Por Dios, otra vez no ― exclamé. Sabía a lo que me iba a someter el Dr. Milovic. Tenía la costumbre de enseñarme al niño que en peor estado tuviera en el hospital para ablandar mi duro corazón de UNPROFOR. El médico estaba convencido que así resultaba más sencillo obtener lo que fuera a pedir.
― Lo siento Miguel, pero ha insistido en que vayas tú. De todas maneras dile que si es por lo del oxígeno, cuando oscurezca me pasaré por allí y le recogeré todas las bombonas que tenga vacías y las llevaré al EMAT.

Oímos como llegaban los croatas y nos pusimos al trabajo. Esperaba que hoy no se enzarzaran y tuviéramos que intervenir para separarlos. No estaba de buen humor, lo de la visita al hospital me había amargado el día. En aquel momento no sabía que la jornada iba a terminar mal, pero que muy mal..."


Pero eso se lo contaré el próximo domingo, si todavía les quedan ganas

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