Dónde se relata como fue que Javier Nart prologara "Al madero no le gusta la ropa vieja"

En aquellos días en los que mi editorial ya me había comunicado que su comité de lectura había decidido que el texto de "Al madero no le gusta la ropa vieja" merecía ser publicado,  pensé que mi labor había terminado, toda vez que habiendo dado fin a la novela y teniendo quien me la publicara, no veía yo que diablos podía hacer en el proceso de edición y publicación del libro, salvo esperar impaciente a que mi obra viera la luz.

Ya he dicho más de una vez que cuando me decidí a escribir una novela y me puse ante la pantalla del ordenador, me di cuenta de que no tenía ni idea de cómo se escribía un libro, que esta es una tarea que como cualquier actividad del ser humano requería tener el oficio del que yo carecía. Mucho tiempo después y tras haber escrito una vez la novela  y haberla reescrito dos veces más, no es que me considerara en posesión del oficio literario que tienen los profesionales de la escritura, pero había escrito un relato supliendo mi falta de oficio con mucho trabajo y creía que algo había aprendido.

Eso estaba claro, pero a los pocos días de que mi editor se pusiera en contacto conmigo, me fui dando cuenta de que tampoco tenía ni idea de qué es lo que tenía que hacer yo para convertir mi relato en un libro que atrajera a los lectores. Poco a poco desde la editorial me fueron informando y acometí las distintas tareas que me quedaban por hacer: Que escribiera una sinopsis del relato; que no les corría mucha prisa, pero que fuera pensando en una presentación personal que necesitarían antes de mandar el texto a la corrección ortotipográfica y a la maquetación, que buscara una fotografía personal; que estaría muy bien que aportara alguna propuesta para el diseño de la portada...

Fui cumpliendo con las peticiones de la editorial, hasta que una mañana me llamó el editor para preguntarme si conocía a alguien que me pudiera prologar la novela. La petición me sorprendió, porque hasta ese momento todo lo que me habían pedido me había parecido que, aunque a mí no se me hubiera ocurrido, era lógico que necesitaran lo que me solicitaban. La verdad es que jamás había pensado en que me prologaran la novela y le dije que creía que podría vivir con tranquilidad a pesar de publicar el libro sin la colaboración de un prologuista.

Luis me dijo: “Es que un buen prólogo ayuda mucho a la venta de la novela”. La afirmación me sorprendió, pero decidí fiar de la opinión de un profesional. Le dije que pensaría quién me pudiera prologar  el texto y Luis, ya metidos en harina, me indicó que sería bueno que fuera un personaje público de campanillas. Me despedí de mi editor y colgué el teléfono preocupado, un personaje de campanillas…, no sabía por dónde empezar. Me senté en mi sillón y sorprendentemente no habían pasado ni tres segundos cuando tuve una revelación. Lo tuve claro desde el primer momento llamaría a mi viejo amigo Javier Nart y le pediría que me hiciera el favor de prologarme el libro, aunque también tuve claro porque lo conozco bien que no sería prudente hablarle del concepto de personaje público de campanillas que buscaba mi editor.

Sabía que la propuesta tenía su aquel, pero lo cierto es que Javier Nart, abogado, escritor, reportero en más de treinta guerras, eurodiputado, participante en infinidad de tertulias y programas de debate en radio y televisión me pareció un prologuista perfecto; aunque si he de decir verdad la faceta que me decidió a atracarlo a traición y pedirle el favor de que fuera mi prologuista fue la de amigo, porque Javier es un amigo fiel y generoso siempre dispuesto a ayudar a sus amigos. Lo llamé, le conté por derecho lo que había y de inmediato me pidió que le mandara el texto de la novela para poder opinar sobre ella en el prólogo. Rechazó mis excusas y se mostró encantado de colaborar, lo que he dicho un poco más arriba, un amigo de los de antes, de los que desgraciadamente ya no quedan.

Y hoy he pensado que en lugar de contarles cosas de autores de novela negra, sería bueno que les trajera el texto que tan amablemente escribió y firmó mi viejo amigo Javier Nart, por el que le estaré eternamente agradecido.

Aquí se lo dejo, espero que les guste y ya de paso que, como afirma mi editor, los anime a comprar el libro:

“Miguel Rives es un viejo/joven amigo. Un tipo de vida dispar, de matriculado -que no estudiante- en la Facultad de Derecho en Barcelona reapareció como voluntario legionario donde a pulso, pasó de recluta a capitán hasta que terminó dándose de baja el día que entendió que aquella Legión no era ya la misma en la que había abierto el capítulo más largo de su vida.

Le perdí la pista poco antes que yo diera conclusión a mi paso por el bar de la Facultad de Derecho donde era más asiduo que a las aulas y ya pasados los años me llegaron las noticias sobre su alistamiento. Recuperé intermitentemente el contacto con él,  le leí con interés y admiración en su espléndido testimonio “Legionario en Bosnia 1993”, obra que relata lo que debe ser el comportamiento de un mando en el muy difícil equilibrio entre la teoría de los “responsables/irresponsables” que fijan las “reglas de enfrentamiento” y que en muchos casos, no son sino hipócritas normas cuyo principal objetivo es evitarles complicaciones  y la práctica que impone la realidad, cuando el oficial tiene que tomar en segundos una decisión de la que depende la vida de su tropa… y la vida de los civiles a los que tiene la obligación moral y real de proteger.

El teniente legionario Miguel Rives se pasó por el arco del triunfo las instrucciones marco cuando seguirlas hubiera significado dejar en manos de asesinos a gentes cuya mirada te traspasaba el alma. Exactamente lo contrario de la vergüenza, cobardía y miseria moral del muy europeo batallón holandés que abandonó a su suerte (a su muerte) a miles de civiles en la vecina Sbrenica.

Y ahora el pésimo estudiante y magnífico legionario que fue mi amigo Miguel me deja en las manos una ¡¡novela negra!!

Una historia que se lee con facilidad. Una historia que, como debe ser una buena novela de crímenes, te presenta a modo de “matrioska” rusa una sucesiva serie de “evidentes” culpables que terminan siendo descartados por otro que tampoco resulta ser el asesino. Todo ello enmarcado en unos lugares y circunstancias personales que evidentemente conoce bien, el paisaje y paisanaje de su Fuerteventura. Y lo hace con una precisa y profesional información sobre criminología y criptografía que difícilmente se encuentran en este género literario.

En conclusión; una novela que sorprenderá, que es exactamente el objeto de toda novela negra que se precie.

Una última precisión. Como en las buenas obras de este género, el asesino no es el mayordomo”.

Javier Nart Peñalver

Hasta aquí hemos llegado, espero que, si Dios quiere, nos volvamos a encontrar por aquí el próximo lunes. Cuídense mucho.

Un abrazo

 

 


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