Algunas anécdotas bosnias (Final)

El arma del "crimen"
En Bosnia en ocasiones sucedían cosas que tenían su lado gracioso, aunque también tuvieran  su lado penoso y a menudo trágico; pero que conviene relatar porque ponían de relieve la terrible situación en la que vivían aquellas gentes y cómo eran capaces de arriesgar lo que hiciera falta para conseguir sobrevivir.  Por tanto no vayan a escandalizarse las “almas buenas” porque de eso se trata  en esta anécdota, que como todas las que componen el presente relato pretende poner a sus disposición una serie de detalles que a mí modo de ver, ayudan a comprender mejor, no lo que sucedía en Bosnia en aquel 1993 que es cosa más o menos sabida, pero sí explica de alguna manera cómo éramos los que por allí nos encontrábamos.

Estábamos en las postrimerías de la misión y pese a nuestro esfuerzo, las cosas se iban complicando en Mostar. No es que falláramos nosotros, es que la presión internacional no era todo lo contundente que debiera ser. Para que quede claro, los que realmente manejaban las riendas de la situación, todavía no habían decidido que el problema de Bosnia debía acabar, así de sencillo, así de terrible. Mientras tanto nosotros seguíamos empeñados en paliar las consecuencias que sufría la población civil, que en Mostar fue una salvajada de proporciones inhumanas.

Nosotros estábamos a punto de cumplir con el plazo de permanencia que la ONU nos fijaba y la situación se complicaba para los habitantes del barrio musulmán a cada día que pasaba. En lo que se refería directamente a nuestra misión, la situación de los combates por el control de Buna y de la zona oriental adyacente al río Neretva, habían añadido dificultades a nuestro trabajo. Entre otras cuestiones, ya no podíamos entrar en el barrio musulmán si no era a través de un itinerario que pasaba por el interior del aeropuerto de Mostar y a continuación por una pista de tierra batida por las armas  croatas y musulmanas.

Lo cierto es que salir y entrar en la zona musulmana de Mostar había devenido en un ejercicio en el que uno tenía la sensación de haberse convertido en un pato metálico de esos que se utilizan en las barracas de feria como blancos. Por mucho que uno circule en un blindado la sensación de recibir fuego resulta muy desagradable, se lo puedo garantizar. Por otra parte la población civil tenía menos comida y en sentido contrario crecía entre ellos la sensación de que si los croatas cerraban definitivamente el cerco, a los musulmanes no les iba a quedar  otra que defenderse hasta morir  o esperar a que los degollaran.

La parte "buena" de la nueva salida de Mostar
Como les comentaba, la primera parte de la pista que desde el barrio musulmán te llevaba hacia las pistas del aeropuerto, era una zona muy desagradable para circular.  De tierra, apenas algo más ancha que una senda, ondulada y con bastantes curvas a pesar de atravesar una zona sensiblemente llana, con lo que los tiradores podían hacer puntería sin demasiados problemas.

Mi bautizo en su utilización fue de la mano del teniente coronel Alonso Marcili que un buen día apareció por Mostar sin avisar, como era su costumbre y nos enseñó el camino que habríamos de seguir a partir de esa fecha. Antes de salir ordenó que se cerraran las escotillas y debo confesar que lo de cerrar la escotilla era un problema para mí. Soy de los que cuando pintan bastos,prefiero ver. No sé si les ha pasado ustedes de cuando les han tenido que hacer una cura un poco complicada el médico o la enfermera les hayan dicho eso de “es mejor que no mire”. Cada vez que me lo han dicho, les he explicado que personalmente prefería ver lo que me hacían y siempre tuve la impresión de que no se comprendía demasiado bien mi empeño.

Por lo tanto ordené cerrar la escotilla trasera y la delantera en la que iba siempre el jefe de vehículo, la cerré pero no del todo, dejé una abertura que me permitía observar el terreno  y los detalles de la pista por dónde circulábamos. La columna salió a una velocidad normal, pero en cuanto llegamos a la la pista de tierra, por radio se nos ordenó acrecentar la velocidad y me van a perdonar la ordinariez, pero pasamos “follaos”, creo que ésta es la descripción que mejor refleja lo que hicimos. 

Nos tirotearon a modo, a mí me pareció que lo hacían desde  los dos bandos, aunque no pueda jurarlo  y ya en cuanto enfilamos el camino al aeropuerto volvimos a nuestra “velocidad de crucero” normal. Llegamos a Dracevo sin novedad y cuando me despedí personalmente del teniente coronel, Marcili me miró fijamente y muy seco me dijo ― Rives cuando digo que hay que cerrar las escotillas, se cierran.
― A la orden mi teniente coronel, si no ordena  ninguna cosa más ― le dije con muchas ganas de desaparecer y en cuanto me autorizó, salí de allí haciendo fú como los gatos, devanándome los sesos, intentando adivinar cómo se había dado cuenta el teniente coronel  del detalle de la  escotilla.
Así que ya les digo que circular por esa pista no era demasiado agradable y pasábamos por allí lo más rápido que nos era posible.

Un día, estaba de misión en Mostar con mi gente y no sé cuál pueda ser la razón porque no la recuerdo, pero conmigo estaba el teniente Menéndez Moro, jefe de la primera sección de la Cía. Austria, nos preparábamos para volver a Dracevo.  Moro iba en su blindado en cabeza de la columna, yo iba justo detrás de su BMR, salimos del barrio dejando bastante distancia entre vehículos, como medida de seguridad, llegamos a la pista de tierra y aceleramos, porque ese día llovían generosamente los disparos, además del fuego de fusilería habitual, algún hijo de mala madre estaba probando su ametralladora MG y lo hacía utilizando los blindados como sus  blancos.

Cualquiera que sepa un poco de armas o haya estado bajo el efecto de su fuego, sabe que la MG es una ametralladora temible, así que íbamos que daba la impresión que las ruedas de los BMR no tocaban el suelo. Tanto Menéndez Moro como yo, ocupábamos el lado derecho de la escotilla delantera de nuestros respectivos blindados, lo explico porque esa posición fue importante a mi parecer para lo que ocurrió y me dispongo a contar.

En aquel pandemónium de velocidad, volantazos y disparos, pude ver a unos cien metros a vanguardia, en la parte exterior de una curva que giraba levemente a la derecha a una mujer que nos pedía comida por señas,  se llevaba los dedos de su mano unidos por sus yemas a la boca; aquella mujer se estaba jugando literalmente la vida, así tendría que ser de negra su hambre y apurada su situación. Vi como Javier Menéndez se agachaba y cuando se incorporó llevaba en su mano una ración de comida enlatada de las de previsión, la lanzó hacia la mujer con la mala fortuna que al tener que pasarla por encima de la proa del BMR, por estar la mujer a la izquierda del vehículo, con la velocidad, los saltos y los cambios de dirección calculó mal y la caja impactó en la pobre bosnia.

La caja de la ración, debería pesar más o menos unos ochocientos gramos, por lo que si al peso sumamos la velocidad del blindado y la del lanzamiento, el impacto tuvo que ser muy duro, vi a la mujer, una anciana para más inri, cómo caía al suelo, ordené a Morales que aflojara la marcha, porque por allí no se veía bicho viviente y no la íbamos a dejarla tirada en mitad de la nada, sola y con lo que estaba cayendo. Afortunadamente la vi levantarse, coger la ración y sin solución de continuidad seguir con sus señas en mi dirección, pedí que me alcanzaran tres raciones, que el 1º Guerra siempre atento a todo lo que ocurría, metió en una de las bolsas de plástico vacías que teníamos en el blindado y con mucho cuidado se encargó  él mismo, que iba en el lado en el que se encontraba la anciana de dejar caer el paquete al llegar a su altura.
Contenido de una ración de previsión
Por radio tranquilicé a Menéndez Moro, que estaba como era natural muy disgustado y preocupado y seguimos nuestro camino. Total que no pasó nada gracias a Dios y también a la resistencia del cráneo de la anciana que tenía que tenerlo de acero fundido. Los legionarios se  lo tomaron a risa y se cachondearon tanto de la pobre anciana, como del teniente. Y eso fue lo que pasó… aquel día.

A la semana más o menos  se volvió a repetir la situación, salíamos de Mostar como alma que lleva el diablo y también venía Menéndez Moro, lo único que había cambiado es que esta vez iba yo en cabeza y que los disparos eran menos abundantes que en la ocasión anterior. Mientras intentaba dirigir la conducción de  Morales - todavía no había perdido la esperanza de que me hiciera caso, a pesar de llevar casi seis meses  en los que lo que yo le decía, le entraba por un oído y le salía por el otro -  pude ver a lo lejos, en el mismo lugar que la semana anterior, estaba la anciana que entró en actividad frenética en cuanto nos vio.

Seguía pidiendo comida y alzaba una mano con ese gesto que se hace para pedir, preparamos un  par de raciones y algunas latas sueltas, que es lo que nos quedaba en el blindado y las metimos en una de las bolsas que llevábamos, para que no se desperdigaran demasiado las latas, aflojamos la marcha y cuando Guerra iba a dejar caer las bolsas, vi como la anciana miraba al blindado que me seguía y a pesar de la distancia lo identificó de inmediato, de tal manera que a toda prisa pasó a pedir con una mano, mientras que con la otra se protegía la cabeza.

Era una anciana pero además de tener la cabeza muy dura, disfrutaba de una agudeza visual envidiable. Su reacción hizo que tuviera un ataque de risa, por una parte pensé en lo injusto que era que en el barrio musulmán de Mostar, el buenazo de Menéndez Moro tuviera fama de descalabrador de ancianas, por otra me sorprendió la capacidad de la mujer para identificar al autor del impacto de la semana anterior y finalmente reflexioné sobre la situación de la anciana, que le obligaba a jugarse la vida, entre los disparos croatas y los impactos de la raciones de previsión de los cascos azules de UNPROFOR, para paliar de alguna manera el hambre que sufrían, ella y seguramente los suyos.

Así era la vida de aquella gente y con ellos convivimos durante seis meses, una experiencia muy dura para nosotros, qué decir de lo que ellos sufrieron. Por eso les he contado la aventura de la anciana y la ración de previsión, con ella termino el presente relato.


La semana que viene les contaré como nos pusimos de parto en el A-21 mi B MR.

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