Los treinta del Hotel Brístol (Primera entrega)

La zona del Hotel Brístol hoy en día

Era el día 21 de mayo de 1993, les resultará extraño que me acuerde con tanta precisión de la fecha, pero es que lo que hoy les voy a relatar tuvo a criterio del mando, la trascendencia suficiente como para ser reflejado en el Diario de Operaciones de la Cía. Austria y por lo tanto me resulta muy sencillo saber en qué día ocurrieron los hechos  que les voy a contar.

No me pregunten cuál era el criterio que se aplicaba para incluir en el tantas veces citado Diario de Operaciones  determinadas acciones y por el contrario se ignoraban otras, porque no lo sé. De hecho le comenté en un par de ocasiones al capitán Romero mi extrañeza por cómo se gestionaba su contenido y la verdad es que como no sirvió para nada, decidí pasar del asunto y si a Romero le parecía bien lo que allí se escribía, desde ese mismo momento a mí  me iba a parecer mejor y aquí paz y más allá gloria celestial.

Ese día salimos de Dracevo once blindados hacia Mostar. El de mando de la Cía., el de la PLM, dos BMR porta morteros, el Mercurio, la ambulancia, tres BMR de la 1ª sección y dos de la mía, teníamos la misión de patrullar la ciudad en ambas zonas, controlar el alto el fuego, auxiliar a la Comisión Mixta en sus tareas y lo que fuera surgiendo a lo largo del día. Y a eso nos dedicamos tras proceder al relevo con la unidad saliente.

Al poco de llegar, la 1ª sección tuvo que ir a Dreznica en una escolta VIP que en principio la iba a tener ocupada  durante la mañana, pero por cosas de la vida la misión se fue alargando y no les vimos el pelo en todo el día, bueno ni en todo el día ni durante la noche, porque se fueron a dormir a Medjugorje y de allí, por la mañana después de desayunar, se fueron tranquilamente para Dracevo. Nada raro, porque el teniente de la 1ª sección se pirraba por las escoltas y el capitán en su bondad infinita tendía a satisfacer ese inocente capricho, mientras los demás nos dedicábamos a cumplimentar las  tareas que fueran surgiendo, las patrullas, los puntos de control, lo que se le ocurriera a la Comisión Mixta  y naturalmente, lo que dispusiera el mando, que para eso estábamos.

Sobre las diez de la mañana hubo que ir a buscar a los representantes musulmanes al Cuartel General de la Armija y traerlos convenientemente escoltados hasta el local de la Comisión Mixta. Nos preparábamos para un día complicado con muchas cosas que hacer y con pocos blindados para patrullar, acudir a los requerimientos de la Comisión Mixta y cubrir los puñeteros puntos de control, pero habría que cumplir como fuera, porque eso es exactamente lo que se esperaba de nosotros y ya saben ustedes  aquello que repito siempre que uno está en el Tercio, para lo que se tercie.
Uno de los controles fijos
Serían casi las doce del mediodía cuando llevamos a cabo una tarea singular. Se me ordenó tender un cable telefónico desde la zona musulmana a la zona croata, para que los miembros de la Comisión Mixta pudieran comunicarse telefónicamente. Lo hicimos desde el propio BMR, abrimos la portezuela trasera del portón y desde allí fuimos tendiendo cuidadosamente el cable que portábamos en una bobina que los musulmanes nos habían entregado a tal fin.

Fue una tarea curiosa que no esperaba que nos adjudicaran, pero supongo que no habría tiempo para avisar a nuestros ingenieros y la llevamos a cabo satisfactoriamente para todos, que eso sí que fue extraño, pero aunque resultaba difícil de creer, nadie tuvo nada que decir. Lo cierto es que mantener una línea de comunicación abierta entre las dos partes era vital y por lo tanto me alegraba intervenir en el proceso; resultó más sencillo de lo que me imaginaba, Morales por una vez en su vida condujo el BMR con suavidad y todo fue como la seda. Además resultó un trabajo increíblemente distendido, me parece que fue la primera vez que hice ese trayecto sin que ningún gilipuertas me tiroteara y si les digo la verdad, esa es una circunstancia que se agradecía en el alma.

Para no mentir íbamos muy apretados de tiempo, el capitán nos manejaba por radio, ese día todo era urgente y ya se sabe que las prisas son malas consejeras y en una zona de guerra peor, no sé por qué pero me parecía que por mucho que nos esforzáramos no actuábamos con la rapidez que el mando esperaba de nosotros y esa es una sensación muy incómoda. Terminamos de instalar la línea telefónica a las 13,30 horas y a partir de ese momento me dediqué a patrullar y relevar los blindados que se encontraban en los puntos fijos de control para que los legionarios pudieran comer.

Sobre las 15,00 horas parecía que se había abierto un espacio de cierta calma y detuve mi BMR frente a la Comisión Mixta para que mi gente comiera un par de latas. Los legías no tenían demasiado apetito, pero sí tenían mucha sed, fuimos arreglando las cosas como pudimos y  poco a poco como digo, pareció que todo se calmaba. Pero no habían pasado ni quince minutos cuando vi salir del edificio de la Comisión Mixta a mi capitán que venía con prisas acompañado por una intérprete y que me ordenó que fuera hasta el hospital musulmán para recoger a un herido y transportarlo al hospital croata que estaba situado al lado del estadio de fútbol en la parte alta de Mostar. Me acompañaría “Carmen” una intérprete de nacionalidad argentina pero de ascendencia croata lo que me alegraba, porque estaba harto de intentar hacerme entender en plan mimo.

Pregunté si me llevaba el BMR  ambulancia y el capitán me dijo que no hacía falta, en el hospital estaría esperándome una ambulancia para llevar al herido y después de entregarlo en el hospital croata a un tal doctor Zuric, tenía que asegurarme que ésta volvía sin problemas a zona musulmana. Iría sólo mi blindado, el  otro de mi sección se quedaría allí para reforzar el dispositivo. Me despedí de mi capitán, le di una voz a Guerra para que espabilara a la gente y después de comprobar que “Carmen” había entrado por la portezuela trasera, subí al BMR.

Por aquí tendimos la línea telefónica
Miré el reloj, casi las cuatro de la tarde, entablé una charla con Morales, que sorprendentemente parecía estar despierto y atento y le ordené que nos llevara al hospital musulmán. 
Atravesamos Mostar que daba la impresión de estar desierta, no había ningún tipo de tráfico, no se veían transeúntes y no sonaba ¡bendito sea Dios!  ni un solo disparo, le advertí a Morales que seguramente en la parte trasera del hospital estaría un ambulancia aparcada, que tomara precauciones al girar no fuera a ser que tuviéramos otro accidente de tráfico, que con el que había tenido el capitán aquella mañana saliendo de Dracevo  me parecía que teníamos completo el cupo.

Llegamos a nuestro destino y efectivamente había una ambulancia bastante destartalada a la puerta del hospital. El chófer, un tipo de que ya no cumpliría los sesenta nos miraba con curiosidad. Le pedí a “Carmen” que le dijera que éramos los que íbamos a escoltarle y el tipo se metió para adentro y al poco salió, como me temía, acompañado por el Dr. Milovic. Me bajé del BMR, invité a hacer lo mismo a “Carmen” y le advertí que no íbamos a entrar en el hospital bajo ningún concepto, conocía las costumbres de Milovic y no se lo iba siquiera a presentar.

Saludé al doctor y a través de los servicios de “Carmen” le pedí que nos entregara al herido porque teníamos muchísima prisa. Milovic protestó, pero no le sirvió para nada. Le pedí a Guerra que mandara a un cabo y dos legionarios para cargar la camilla del herido. Así se hizo, el herido era un chaval de unos catorce años, que tenía una herida de metralla en la cadera que no podían atender en el hospital musulmán, lo cargamos con cuidado en la ambulancia. Estaba consciente y nos miraba con unos ojos que movían a compasión, preferí no fijarme demasiado no era bueno dejarse llevar por sentimientos personales en aquellas malditas misiones y el chaval podía tener la edad de mi hijo.

Subí al BMR en el mismo momento en el que el capitán me llamaba por la radio, quería saber dónde estaba. Le respondí que estaba recogiendo lo que me había ordenado recoger y que en un minuto estábamos en marcha. Así lo hicimos, tenía la impresión que el capitán llevaba todo el puñetero día dándome prisa, no sabía que podía suceder, pero nos llevaba literalmente como putas por rastrojo. Salimos poco a poco del hospital, con la ambulancia pegadita a nosotros. “Carmen” se lo había explicado detenidamente al pureta que la conducía, iríamos muy despacio pero él debía ir pegado al BMR.
Muy cerca de la Comisión Mixta
Cruzamos el Puente de Tito y nos dirigimos al hospital croata, no tuvimos el más mínimo problema. Cuando llegamos, bajamos del BMR “Carmen” y yo y preguntamos por el doctor Zuric. Nos hicieron esperar algún tiempo, al cabo del cual se asomó un tipo con bata blanca, delgado, calvo y cara de mala leche que se presentó como Zuric, le explicamos a qué veníamos y mandó llamar a unos camilleros para bajar al chaval de la ambulancia. El chófer, siguiendo mis instrucciones, ni siquiera se bajó del vehículo, Valerón abrió la puerta trasera de la ambulancia y ayudó a los enfermeros a bajar la camilla, que era de esas que se despliegan.

Trajeron al herido hasta la puerta del hospital, Zuric dijo algo. Miré a “Carmen” ― Dice que dónde han herido al joven.
― Hijo de puta ― exclamé ― dile que en la cadera ―. “Carmen” hizo un gesto negativo ― es que eso no es lo que quiere saber― La interrumpí ― Sé perfectamente lo que quiere saber, tú dile que lo han herido en la cadera.
Así lo hizo, Zuric nos mostró los dientes superiores en una mueca que supongo pretendía que pasara por una sonrisa y soltó una frase muy corta. ― Pregunta que en qué lugar de la ciudad ha sido herido.
Miré al médico y sin dejar de hacerlo le dije a “Carmen” ― Dile, maldita sea su alma, que al otro lado del puente, en el barrio musulmán.

Así lo hizo la intérprete, el médico dio media vuelta y les hizo un gesto a los camilleros para que metieran la camilla en el interior del hospital. Miré al chaval, su cara tenía un tono ceniciento y en sus ojos se podía leer todo el miedo, el dolor y la desesperación que debía estar sintiendo, me acerqué y con cuidado le estreché la mano y fue entonces cuando el chico me miró y reuniendo las pocas fuerzas que tenía me dijo “Hvala puno” (muchas gracias). Me subió por el pecho una oleada de calor, lo miré y sacando fuerzas de flaqueza le sonreí y le deseé suerte.

Tras recoger la camilla vacía, salimos de allí, mientras mi capitán por radio me daba prisa, quedaban muchas otras cosas por hacer…


Pero eso se lo cuento mañana, si a ustedes les parece bien.




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