Toreo de salón

El coronel Morales con el general Petkovic del HVO y el intérprete Mirko (DEP)
Este relato se lo dedico en el día de su onomástica a mi buen amigo, lector y camarada de la Brigada Paracaidista Antonio Rubio Segura. Feliz día Antonio que sea por muchos años y a ser posible, que yo lo vea. 

Era una tarde de tantas en Mostar, llevábamos desde la mañana en el barrio musulmán. Estábamos ya casi al final de la misión,  así que serían los primeros días de aquel septiembre del año 1993, sabrán ustedes perdonar la falta de concreción, pero ya saben  que tengo muy mala memoria para las fechas. Las circunstancias en Mostar se habían ido complicando, ya no patrullábamos por la zona croata y nos limitábamos a patrullar a lo largo de la calle principal del barrio musulmán y muchas veces ni siquiera eso. Los musulmanes habían perdido Buna, al sur de Mostar y esa pérdida había tenido una consecuencia muy importante.

Mientras la Armija había mantenido al HVO en la ribera oeste del Neretva, los croatas bombardeaban el barrio musulmán con artillería cuando lo estimaban conveniente o cuando podían, aunque normalmente lo hacían con morteros medios y pesados. Como debían disparar sobre una zona que estaba situada a lo largo de la orilla este del río, les resultaba muy difícil colocar sus granadas en las calles de la parte musulmana a las que tenían que disparar en una trayectoria prácticamente perpendicular a éstas. Con la artillería era totalmente imposible conseguir blancos en la calle principal por la tensión de la trayectoria de los proyectiles y con los morteros, a pesar de que el  ángulo de caída de las granadas les permitía buscar la calzada de la calle, resultaba un blanco muy difícil de conseguir por su escasa superficie y de hecho la mayoría de los impactos se producían sobre las edificaciones circundantes.

Eso había cambiado radicalmente, la situación geográfica de Buna, al sur del barrio, les permitía disparar sus morteros prácticamente de enfilada sobre el barrio musulmán y la zona de caída de los proyectiles seguía siendo muy estrecha pero era extremadamente larga, ya que la calle principal del barrio corría de sur a norte, siguiendo una línea prácticamente recta. Por lo tanto desde que instalaron los morteros pesados croatas en Buna, el HVO conseguía muchísimos blancos en zonas muy sensibles del barrio, como era la calle principal por la que los habitantes se tenían que mover, para ir a buscar los alimentos y el agua que se distribuían al aire libre.

No sé si tendrían razón, pero los responsables militares preferían tenernos aparcados en las cercanías del cuartel general de la Brigada 41, con el fin de que los del HVO no les sacudieran la badana demasiado a cuanta de nuestra proximidad o en unos soportales de una edificación algo más al norte de la cárcel donde tenían a los prisioneros croatas, que era donde normalmente nos colocábamos mientras no patrullábamos, aunque la Armija prefería, como les digo, que no nos moviéramos porque decían que en cuanto lo hacíamos los del HVO lanzaban dos o tres descargas de morteros y eso les creaba a ellos y a nosotros muchas dificultades.

Aquello como de costumbre era un  lío de mucho cuidado en el que cada maestrillo tenía su librillo o incluso dos de ellos. Cada jefe de sección se organizaba como Dios le daba a entender y procuraba cumplimentar su misión de la mejor manera posible porque todos sabíamos aquello de que en el ejército el que pregunta se  queda de cuadra. UNPROFOR nos mantenía allí como declaración explícita de la intención de Kiseljac de no abandonar a los musulmanes de Mostar a su suerte, bajo ningún concepto.
Los soportales bajo los que nos protegíamos
Pues allí estábamos aparcados debajo de los soportales los tres BMR de mi sección, el Mercurio de transmisiones y el BMR ambulancia, incómodos, algo sedientos y esperando la hora de la próxima patrulla, que había decidido hacer solo con dos BMR, el mío y el de Arienza.

Estábamos los jefes de pelotón y yo mismo, pie a tierra en el hueco que dejaban las proas de mi BMR y el Mercurio, que permitía el paso a los habitantes de las casas que estaban sobre nosotros hasta el patio interior, un jardín cuadrado de al menos treinta metros de lado, desde el que se accedía a las escaleras de sus viviendas. Estábamos hablando de un rumor que corría como la pólvora entre las aburridas huestes de UNPROFOR. Fuése a través de  la conocida radio macuto, la hubara de los Tercios saharianos, o simplemente el tam tam de la selva, lo cierto es que las noticias llegaban rápidas y desde muy lejos.

La novedad que comentábamos con fruición era la llegada de un general británico, que en pocos días se había ganado una fama temible. Decían los que lo conocían o contaban lo que les habían contado, que el inglés gastaba una mala leche de campeonato mundial y que ya le había dado más de un disgusto al que había pillado descuidado. Lo comentábamos con recochineo porque nos constaba que un general de Estado Mayor no consideraba rentable disparar a algo que estuviera por debajo del rango de comandante y eso en días de penurias o escasez de piezas, porque lo cierto es que para un general, los  trofeos aceptables estaban en teniente coronel o coronel y a ser posible diplomados de Estado Mayor.

Por eso comentábamos jocosos las historias del británico que causaba pavor en las Planas Mayores de las Unidades que tenían la mala fortuna de caer bajo su visión y cuidado. Comprendo que era una postura algo mezquina, pero si tenemos en cuenta las especiales relaciones que manteníamos con todas las planas mayores, desde la de nuestra unidad, pasando por la AGT y llegando a Kiseljac, resultaba casi disculpable. Deberíamos haber recordado de aquel viejo dicho que reza que, quien se ríe del mal de su vecino, el suyo viene por el camino.

Cambiando de tercio, que lo del general inglés no daba para mucho más, les pregunté a los jefes de pelotón si todos en la sección habían recibido el mensaje de gratitud de las responsables de un comedor comunal que intentaban alimentar a muchísimos refugiados y a las que tras el relevo de la mañana, habíamos llevado medio supermercado que con el dinero de todos los miembros de la sección habíamos comprado en Metkovic. Me confirmaron que sí y les estaba explicando que me sabía muy mal que no hubieran podido ver la cara de aquella gente y su alegría, gracias a la generosidad de los legías, cuando el de puesto me avisó que venía un BMR escoltado por dos VEC,s. de Caballería y eso solo podía significar que el que se acercaba era  el coronel Morales.
La libreta con la receta del plato comunal

Salimos a toda pastilla, yo a la calle con el centinela mientras apresuradamente me ponía el casco y los jefes de pelotón a advertir a todo el mundo que estuvieran atentos que el “gospodin” Morales había decidido honrarnos con su presencia, honor que agradecíamos porque éramos gente muy subordinada, pero que en aras del compañerismo hubiéramos preferido que en lugar de nosotros lo disfrutara cualquiera de nuestros compañeros, los que nos relevarían mañana, por ejemplo. Que al fin y al cabo el coronel, lo era de nuestro Tercio y por lo tanto con nosotros estaba más que cumplido y era mucho mejor que dedicara su atención a las gentes que no mandaba fuera de la AGT.

Me aparté un poco para que pudieran montar el numerito que ejecutaban normalmente entre el blindado del jefe  y su escolta y por fin vi bajar del BMR al coronel Morales, que en la zona de Bosnia por la que anduvimos, era conocido como el gospodin Morales, a Mirko  su intérprete favorito y… a un general británico. Un escalofrío me recorrió la espalda, ahora sí que la habíamos encharcado, lo del coronel, pues vale, pero además con el general del que habíamos estado hablando ya era como para echarse a llorar.

Mandé firmes, me giré para comprobar que mi gente estaba a lo que tenía que estar y pude ver en cada escotilla un legionario de puesto y el resto al pie de los vehículos más tiesos que una vela. Le di la novedad al espacio intermedio que había entre el general y mi coronel y que así ellos decidieran a quien se la había dado.El coronel se me acercó y me ofreció la mano, se la estreché y me preguntó que cómo iban las cosas y por qué tenía un despliegue tan poco ortodoxo.

Le expliqué que estábamos bajo los soportales porque la Armija lo prefería y le comenté el sistema de patrullas que seguíamos, que no le gustó nada de nada. Mientras me explicaba, Mirko (DEP) me miraba atentamente. Hacía unos meses tuve que cortarle las alas en una situación difícil en la que había decidido traducir muy, pero que muy libremente, lo que yo le pedía le dijera a un hijo de mala madre que estaba en un check point situado a menos de un kilómetro de donde estábamos. Como era intérprete de los mandos de la AGT le supo muy mal que un teniente, él decía que era  capitán, le lavara la cara, bueno pues ahora disfrutaba del repaso que me estaba dando mi coronel, que tenía decididamente cara de pocos amigos.

Me escuchó con la cabeza ladeada,  como era bajito así evitaba mirar hacia arriba, adoptaba una postura que me recordaba como miran las aves y cuando acabé de dar las explicaciones, secamente me dijo que me presentara al general. Lo hice y él tradujo, hay que decir que el coronel hablaba muy bien inglés, así que por ahí no íbamos a tener problemas de comprensión, aunque le costó un poco que el británico entendiera lo de compañía Austria, por fin se dio por enterado y me dio la mano.

Una vista de Buna
No había buen rollo, o, como hablamos de un hijo de la Gran Bretaña, no había feeling entre Morales y el inglés se notaba a la legua, me preguntó si llevaba tiempo haciendo misiones en Mostar, le contesté que desde el mes de abril e inmediatamente comenzó algo que desde luego se parecía mucho más a un interrogatorio que a una charla con un  subordinado.

Les voy a contar un secreto por si alguna vez, nunca se sabe, se reencarnan ustedes en un militar, para que sepan cómo van las cosas en ese gremio. Si topan ustedes con un jefe, que no le importa nada la opinión del subordinado sobre la situación, ni siquiera para discutirla y se limita a preguntar por cifras, digan ustedes que han topado con un tipo que está loco por pillarles en un renuncio.

Me dio la impresión, en aquel momento y ahora cuando lo rememoro para ustedes, que el general estaba loco por darle una buena patada a Morales, aunque para hacerlo se viera obligado a patear mi trasero. Así que pensé que o espabilaba o ya podía darme por follado y ustedes sabrán perdonar la manera de señalar, pero tenía claro que si el británico conseguía arrinconarme y me pasaba por encima, el Coronel Morales  no me lo iba a perdonar en la vida, que les parecerá a ustedes injusto,aunque yo lo comprendía perfectamente.

Morales era muy suyo, no era demasiado simpático, al menos nunca lo había sido conmigo, era exigente, quería las cosas para ayer, pero a mí me caía bien por una cosa muy importante, era un tío valiente y echado p’alante y con eso a mí me tenía ganado, no crean ustedes que lo del valor es una virtud que se dé con demasiada frecuencia.

Así que por salvar mi pellejo y porque me jodía que un general, del que no sabía ni de dónde venía, nos lavara la cara a mi coronel y a mí mismo, decidí que de perdidos al río y que ya podía preguntar lo que preguntara que yo le iba a contestar, al fin y al cabo seguro que el de Kiseljac me interrogaba sobre cosas cuya realidad desconocía.

Así que mientras me preguntaba, el número de refugiados, de dónde habían venido, el número de heridos, las enfermedades más comunes en la zona, el armamento que disponían, el tipo, calibres, número, etc., etc., etc. Yo contestaba mirándolo a los ojos, en voz alta, clara y en tono sereno y pausado.
Morales por dos veces titubeó, lo que me decía a las claras,  que yo había colado alguna cifra que no cuadraba con las suyas pero seguía traduciendo y parecía estar menos rígido que al comienzo del interrogatorio.

Patrullábamos por el barrio musulmán
El general seguía preguntando y habíamos llegado al número de lanzamientos de comida de los americanos, el número de comedores comunales, cuantos refugiados comían en cada comedor y yo seguía contestando/inventando, porque unas cosas las sabía y otras no y de golpe, la divina Providencia debió iluminar al general que tenía cara de anglicano y que me preguntó muy serio si sabía lo que comían los refugiados en los comedores comunales.

Siempre he dicho que Dios protege a los tontos y por eso me considero extremadamente protegido, cuando me hizo la pregunta, tras agradecer fervorosamente a la Providencia habérsela inspirado, contesté lentamente.
― Eso no lo sé, mi general...
Morales impertérrito tradujo y cuando el hijo de la pérfida Albión comenzó a sonreír, continué
―…De memoria, con su permiso... ― me llevé la mano al bolsillo superior  y saqué una libretita, que aún conservo y que he fotografiado para ustedes y pasé a leerle la receta del plato, con expresión de sus componentes, pesos y medidas, que esa mañana me había dado por copiar en el comedor al que habíamos llevado la comida que compramos en Metkovic.

El inglés tendría el aplomo y la flema que se asegura tienen los anglosajones, pero no puedo evitar que un rubor considerable le cubriera el rostro. Miró para Morales y le anunció que quería irse.
El coronel me lo dijo, me despedí del espacio que les separaba a los dos, porque no sabía exactamente de quién debía despedirme, así que utilicé una frase sin tratamiento ni empleo
― ¿Ordena alguna cosa para la sección?

Morales me miró, el coronel era un lince así que sabía perfectamente que yo había estado toreando al general. Seguro que me apuntó en la lista de los que no se podía confiar demasiado, anduvo dos pasos tras el inglés, pero se volvió y me dijo
― Gracias Rives.
Lo que le agradecí en el alma.

Cuando arrancaron el sargento 1º Ávila se me acercó ― Ha habido suerte, eh mi teniente.
Le sonreí ― Pues sí Ávila hemos quedado bien, hoy el inglés no ha hecho carne, ya se sabe que topar con la compañía  Austria es una experiencia difícil, ese ya la tiene.
― ¿Le preguntaba muchas cosas, verdad mi teniente?
― Pues sí, pero se ha ido con todas las respuestas, las que esperaba y las que no. Me voy a dar una vuelta hacia la estación de guaguas, tú te quedas aquí con el Mercurio y la ambulancia.

Pensé que torear de salón  tenía más dificultades de lo que a primera vista parece y cansa mucho más de lo que uno pudiera pensar. Pero bien está lo que bien acaba, bueno eso sería si el coronel Morales no me llamaba a Medjugorje para leerme la cartilla. Aunque no lo creía, me dio la impresión que el gospodin  se había ido satisfecho, sin embargo, ya saben eso de prevenir antes que curar, así que tomé la firme  decisión de evitar encontrarme con él por todos los medios a mi alcance, al menos durante el próximo mes, que sabido es que del superior y del mulo, cuanto más lejos más seguro.

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