Legionario en Bosnia 1993. Undécima parte


En Jablanica cabos de la II Sc. Dobao, Cisneros, Cayetano y Espinosa

Hoy es domingo así que toca "hablar de mi libro". Un libro titulado "Legionario en Bosnia 1993"  que lleva por subtítulo "Quince relatos cortos de una guerra larga". Cuatrocientas setenta y tres páginas en las que relato a mi manera, una serie de experiencias que tuve la oportunidad de vivir, junto a los hombres de la II sección de la compañía Austria, que encuadrados en la VIII bandera expedicionaria de La Legión, participamos en Bosnia de la misión encomendada a la AGT Canarias.

Para que se hagan una idea de como es el libro, les dejo un fragmento de uno de los relatos, éste se titula concretamente  "La guardia de Jablanica", creo que les gustará y les animará a adquirir el libro. Si así lo desean les basta con clicar en la imagen de la publicación que se encuentra en la columna a la derecha del texto, exactamente donde dice "Compra Legionario en Bosnia 1993, aquí" el enlace los llevará hasta la página que les permitirá comprarlo en Amazón.

Espero que sea así, aquí les dejo el texto:

"...Habíamos terminado de comer, recuerdo que sentados en el interior del cuerpo de guardia estábamos charlando sobre los partidos que iban a decidir la Liga. Si soy sincero debo confesar que siempre me gustó picar un poco a Espinosa lo que resultaba relativamente sencillo porque tenía menos correa que un reloj de pared para según qué temas y uno de esos temas era el Real Madrid.

Así que estábamos tomándonos un café y como el diablo cuando no tiene nada que hacer, con el rabo mata moscas, le estaba dando la murga al cabo a cuenta del equipo merengue y explicándole que en mi opinión el Madrid estaba listo de papeles y que me jugaba lo que hiciera falta a que no ganaba la liga, que la liga era culé con total seguridad.

Espinosa movía nerviosamente una de sus piernas y se tocaba la cara mientras me miraba fijamente. Al final me dijo ¿de verdad mi teniente se jugaría usted algo? Automáticamente Ávila, que estaba como de costumbre al quite, le interrumpió para decirme: No se juegue nada mi teniente, que a éstos los van a ayudar los árbitros como siempre.

La cara de Espinosa comenzó de inmediato a tomar un tono purpúreo que advertía que la presión estaba pudiendo con él, así que dejé la cuestión y cambié de tercio porque una cosa son las bromas y otra muy distinta provocar problemas donde no los hay. Rápidamente me puse a hablar del descenso en el que estaba implicado el club de mis amores. Conté lo duro que era ser perico en la Barcelona de mis tiempos y hacer el bachillerato en una clase en la que todos sus componentes eran culés. Que esa fue mi experiencia real y no se la deseo a nadie; de hecho estoy convencido que un trago tan amargo y difícil de sobrellevar, merecería ser premiado con la insignia de platino y brillantes del RCD Español. Los legías se reían cortésmente de mis desdichas juveniles pero el cabo seguía serio y concentrado.

Espinosa había aceptado un cigarrillo del Sgto 1º a modo de pipa de la paz pero seguía molesto, me miró y para que quedaran las cosas claras rompió su silencio para decir: Usted mi teniente es que no me comprende, yo por el Real Madrid mato. El tono de convencimiento con el que soltó el disparate me impresionó.

Me dio por ponerme trascendente, uno tiene sus debilidades que espero sepan ustedes perdonar, pero pensé que la radicalidad y el fanatismo podían terminar en lo de Bosnia, aunque seguramente comenzaban en cuestiones - que me perdonen los forofos - tan triviales como pueden ser los colores de un club de fútbol, un fuera de juego mal pitado o un penalti discutible y discutido que decía uno que yo me sé.

Creo que fue el primero Guerra el que preguntó si alguien tenía una radio para traerla al cuerpo de guardia y así poder seguir el transcurso de la jornada a través de Radio Exterior de España. Todo el mundo se apuntó a organizar algo parecido a una merienda y parecía que íbamos a disfrutar de una jornada como Dios manda. Eso sí, sin alcohol, que estábamos de guardia y aunque había legionarios que sostenían que el calificar de consumo de alcohol el hecho de tomarse un par de garimbas, era una exageración manifiestamente injusta, la cosa quedó en que se aceptaban sólo refrescos y de la pivo, ni los anuncios.

Mi conductor y Ascanio se ofrecieron voluntarios a organizar el ágape, así que sacamos algo de dinero y Morales se apresuró a recogerlo entre las puyas y advertencias jocosas de sus compañeros. El 1º Arienza mandó a la gente para que por turnos fueran a por sus sacos de dormir y prendas de abrigo y de paso para que se buscaran la vida con la gente de cocina a ver si podían hacerse con algo para merendar.
Hice un aparte con Ávila para pedirle que controlara que nadie entrara de puesto con un transistor, que no estábamos para tonterías y la Liga sería muy importante pero no podía permitir gente distraída en los puestos. Sabía que Ávila, al que la tropa quería y respetaba muchísimo, hablaría con ellos sin amenazas ni monsergas y que la cuestión se resolvería con un acuerdo entre caballeros. ¿Sorprendente? puede ser, pero funcionaba.

Al rato estábamos ya disfrutando de la colación, de la que se apartó algo para los que estaban de puesto y que estaban a punto de salir. Espinosa entró de centinela maldiciendo su mala suerte, no podría seguir por radio el partido de Tenerife, me apiadé de su cabreo y le di seguridad que lo tendría al tanto de las novedades más importantes. 

Efectuado el relevo, los salientes daban buena cuenta de lo que tenían reservado, mientras la radio de cuatro bandas con la que sintonizamos a Radio Exterior de España funcionaba perfectamente. Todo iba bien y me dispuse a escuchar la radio, por aquello del Español recé a los dioses del fútbol para que no permitieran que los pericos descendieran.

Pero ya hace mucho tiempo que alguien señaló lo poco que dura la alegría en casa del pobre y los del HVO se encargaron de hacer bueno el dicho. La verdad es que no sé si nos veían por un agujerito, sabían lo de la jornada de Liga o simplemente tocaba, pero fue empezar a escuchar el programa que informaba de los partidos y que los croatas lanzaran dos granadas contra Jablanica, una de las cuales sobrepasó por poco nuestro recinto y explotó al otro lado del Neretva pero a muy poquitos metros del destacamento.

Inmediatamente di las novedades correspondientes a Mando, aunque sabía que habrían escuchado tanto las trayectorias de los proyectiles como su explosión. Por la línea que me unía a los puestos de centinela, les advertí que tuvieran cuidado, pusieran especial atención y procuraran estar a cubierto. Mientras me ocupaba de estas cosas pude escuchar la sirena de la escuela que avisaba a la población del bombardeo a la que enseguida se unió, para hacer la segunda voz, la nuestra, advirtiendo al destacamento que había llegado el momento de ir a los refugios. El comandante Cora me llamó para decírmelo y para ordenarme que le fuera dando las novedades correspondientes.

Cuando llegué a Bosnia me resultó curioso comprobar como el Mariscal Tito había preparado a su país para una posible guerra. Tito creía en el ejército guerrillero, lo que resultaba lógico teniendo en cuenta su particular experiencia. Partiendo de una serie de grupos guerrilleros de diferente ideología y religión había conseguido formar un auténtico ejército con el que derrotó a la Alemania nazi.

Partiendo de esa idea, Tito implementó depósitos de armas en casi todos las poblaciones medianamente importantes con la finalidad de armar a la población civil ante una posible invasión; la consecuencia de esa medida fue que ahora todo el mundo tenía armas. Por otra parte en cualquier población se podía encontrar un hospital de campaña y talleres de construcción y reparación de armamento. 

Esas medidas se completaban con las señales de alarma y de su conocimiento por parte de todos los ciudadanos, pues todo eso y bastante más se enseñaban en las escuelas. Precisamente en la de Jablanica pude ver los distintos carteles que tenían que ver con la defensa, activa y pasiva, del territorio y sus gentes.

Habían caído dos granadas sobre Jablanica y estábamos dedicados a tomar las medidas de precaución que podíamos tomar. En el destacamento todavía había gente al descubierto cuando llegaron otras dos. Personalmente siempre he “preferido” que me bombardee la artillería a que lo hagan los morteros. Esa preferencia o inclinación no es un asunto que derive de mi extraño carácter, pulsión psicológica o perversión sexual, simplemente tiene que ver con el ángulo de caída de los proyectiles, que hace que sea más difícil protegerse de los morteros y del ruido que hacen los proyectiles de artillería durante su trayectoria que sirve para que sepas que viene hacia ti un pepinazo mientras que con los morteros cuando oyes el leve silbido del proyectil, éste se encuentra en caída y no tienes tiempo ni para hacer cuerpo a tierra.

Cuentan los que cuentan estas cosas, que el ruido de la trayectoria de un proyectil de artillería recuerda al que hace una sábana al rasgarse. Puede valer, imaginen ustedes un ruido parecido a ese, muy fuerte, que dura bastantes segundos y más o menos eso es lo que se escucha. Teníamos una ventaja, podíamos ver, estaba ya casi totalmente oscuro, digo que podíamos ver el fogonazo de boca de las piezas que nos hacían fuego, luego escuchábamos la detonación del disparo y posteriormente el ruido de la trayectoria. 

El conocimiento de esos detalles no nos iban a servir gran cosa si los del HVO lograban hacer blanco en el cuerpo de guardia, pero qué quieren que les diga, cuando vienen mal dadas cualquier detalle positivo consuela lo suyo y con eso te tienes que dar por satisfecho.

La cosa andaba medianeja, tirando a mal para qué les voy a decir otra cosa, pero para complicar más el asunto, que ya se sabe que si una situación puede empeorar, lo hace de manera indefectible, sonó el genéfono (una especie de teléfono) y el comandante Cora me preguntó si estaba escuchando el fútbol. Como no se debe mentir nunca y mucho menos a los superiores le dije que lo estábamos haciendo a través de Radio Exterior de España y el comandante, que debía ser del sindicato de Espinosa, me rogó que hiciera el favor de comunicar las novedades que hubiera en el desarrollo de los partidos, porque la señal de la radio no llegaba a los refugios.

Repentinamente, a pesar de la tensión o sería precisamente por ella, se me vino a la cabeza la figura de mi tocayo, el genial humorista Miguel Gila; no me pregunten ustedes cuál pudo ser el motivo de la ocurrencia porque lo ignoro, pero así fue. Pero sigamos. Las piezas que estaban haciendo fuego sobre la población de Jablanica y de vez en cuando sobre el destacamento, que el cabrón del jefe artillero croata debía ser de los que practican aquello de haz bien y no mires a quién, digo que las piezas que nos tenían tan ocupados y preocupados eran la de los cañones de dos carros de combate – agárrense que vienen curvas – que los del HVO alquilaban a los serbios para que éstos dispararan a los musulmanes y ya de paso a los de UNPROFOR, ¿curioso no? Ya ven ustedes lo que es la vida, ahora cuando lo escribo, lo de acordarme de Gila me parece más natural y mucho menos sorprendente.

Lentamente los impactos de la artillería se iban acercando a la zona del destacamento, los centinelas me comunicaban vía genéfono los que se producían y las zonas de caída. No es que pensaran que un repentino ataque de una enfermedad desconocida me hubiera dejado ciego y sordo, lo cierto es que yo veía y oía más o menos lo mismo que ellos, pero aunque me estuvieran volviendo loco con tanta llamada les dejaba hacer, porque cuando pintan bastos y en una tarde de domingo, en lugar de estar viendo en tu casa el partido de la tele con la parienta y los niños o haciendo lo que hicieran los domingos, te toca aguantar un bombardeo, prácticamente al descubierto – que las garitas todavía no se habían terminado de fortificar – y además estás más sólo que la una, el instinto te hace buscar contacto humano, entretenerte como sea y hacer algo más que observar y esperar, de ahí que las llamadas fueran importantes para los centinelas.

Pues ahí estábamos, caían las granadas, daba y recibía novedades. Los locutores nos entretenían con su animada y alegre facundia y yo retransmitía bastante menos animadamente las novedades futboleras a Cora y compañía; cuando de repente, sin previo aviso, se montó la mundial. 

Pero no una mundial de esas de estar por casa, no señor, una mundial de las de verdad, una mundial apoteósica. Ya les he contado como estaban las cosas, pero aconteció un hecho memorable que removió nuestras conciencias...


Pero eso se lo cuento la semana que viene, que se me ha ido larga la tecla y aquí debo terminar. Si les interesa este relato, no se pierdan la próxima entrega. Les doy mi palabra que con ella procuraré terminar como sea La guardia de Jablanica, que si larga se me hizo entonces, más larga me está saliendo ahora..."

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