¿Cainitas? casi, pero no tanto

En este país que algunos llamamos España y que otros hacen juegos malabares con la semántica y el vocabulario, para nombrarla de cualquier otra manera, tenemos tendencia a considerar como verdad revelada una serie de afirmaciones, que cuando no son, verdades a medias, son mentiras totales o generalizaciones, tan injustas como desprovistas de cualquier fundamento lógico.

Los españoles somos unos quijotes o los españoles son gente muy orgullosa y desconfiada o quizás aquella de que en España todos tenemos un sentido trágico de la vida. Miren a su alrededor, ¿ven muchos quijotes?¿sus vecinos, compañeros de trabajo y amigos son orgullosos y desconfiados? ¿salvo esa cuñada suya que le tiene amargado, conoce usted a muchos ciudadanos que tengan un sentido trágico de la vida?

Viene todo esto a cuento, porque estas afirmaciones, que se aceptan como cuestiones que, tienen más que ver con la fe que con la razón, sirven para que todos aceptemos lo que en ellas se afirma. Como si lo que describe la frase de turno resultara inevitable; claro no puede uno hacer frente al destino o, en su caso, a la fatalidad. Que el fatalismo también, parece ser, adorna nuestra peculiar idiosincrasia

España es un país cainita, ya está dicho, todo el mundo boca abajo qué, quién manda, manda y cartuchos al cañón. Lo malo de esta gratuita afirmación es que sirve de excusa, de capote dialéctico, para justificar conductas vergonzosas. Muchos creen que la aceptación del contenido de la frase “España es un país cainita” les libera de la responsabilidad  correspondiente.

¿Somos cainitas los españoles. España es un país cainita? Desde mi punto de vista, los españoles somos unos seres individualistas pero con una dosis importante de sentimiento gregario. ¿Qué cómo se come esta afirmación?, sencillo, la faceta gregaria de nuestro carácter nos anima a unirnos a aquellos que consideramos semejantes, que no iguales, y la individualista hace que no creamos en el poder de la masa. Nuestro carácter nos convierte en individuos fuertemente tribales, la tribu es una organización social de un tamaño y unas características, que satisface a las dos facetas que comentamos de nuestro carácter : la individualista y la gregaria.

Sí me parece cierto que los españoles amamos la heterodoxia, tenemos la buena o mala costumbre, de ponernos al lado de las minorías. Entre ese amor o simpatía por la herejía a un profundo amor por las doctrinas de Maniqueo, no hay más que un paso. Es cierto, somos maniqueos; el español es un hombre que trabaja mejor contra alguien o contra algo.

Eso de que los de mi pueblo son buenos, buenísimos y los del pueblo de al lado son los malos; lo de poder dividir al mundo, a la sociedad, al tratamiento de los problemas, en una película de buenos y malos; eso se nos da de miedo, nos encanta, parece que no lo podemos evitar, yo diría que no queremos evitarlo. Vivimos en el país de “quién no está conmigo está contra mí”, capital Madrid.

Un ejemplo. Hace ya un tiempo, el alcalde de Valladolid, que pertenece a una especie muy peligrosa, los políticos que creen tienen ingenio, se le ocurrió hacer un comentario sobre los morritos de Leire Pajín. Me pareció mal en su momento y me lo sigue pareciendo, no hay excusa para ser tan torpe y tan zafio. Una de las dos Españas se le echó encima y lo vapuleó a conciencia. Hace pocos días un actor de cine, un intelectual, al menos en esa condición firman algunos manifiestos, se le ocurrió otro comentario, que seguro consideró la cumbre de lo ingenioso; aprovechando que el Ebro no, repito para los de la LOGSE, no pasa por Valladolid habló de la “cara de culo” que tenía Pajín el día de los Goya.

¡Oiga! no se ha oído una voz, ni una crítica, ni siquiera un leve suspiro de insatisfacción. A mí me parece igual de malo y zafio que lo del alcalde de Valladolid, ¿qué es lo que les diferencia?, pues que uno es de derechas y el otro pertenece a ese concepto nebuloso de la izquierda progresista, maniqueísmo en estado puro.

Todos los días leemos, vemos o escuchamos, desesperadas denuncias sobre distintas corrupciones protagonizados por políticos de uno u otro color. ¿Nos hemos puesto de acuerdo para acabar con la corrupción y los corruptos? ¡¡No, que va!! lo que hacemos es indignarnos con las corruptelas de los enemigos y excusar las de nuestros amigos.

Pocos, muy pocos pensamos que, lo que nos parece mal en los adversarios, nos parece peor en los amigos. Que conste que, en mi modesta opinión, esta es una de las armas morales que nos ayudaría a combatir la corrupción.

Para la sociedad española ya no es importante lo que se dice, lo importante es quién lo dice. Si lo dice uno de los nuestros, aplaudimos, si lo mismo lo dice un adversario, silbamos y si nos pilla medianamente inspirados, lo apedreamos, aunque sólo sea dialécticamente. ´

Así que desengáñense, no somos cainitas, somos una pandilla de seres acomodaticios que sólo nos sentimos a gusto en el grupo, un grupo pequeñito, vale no se enfade hombre. Cainitas no, en todo caso, sólo llegamos a maniqueos de tercera regional.

Mal camino para todos. Para los buenos –poquísimos-, los malos –abundantes- y los regulares, que somos los que formamos la mayoría de este país.



























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