Una evacuación complicada (Primera entrega)

El Tcol. Alonso Marcili organizando la evacuación

Sería para variar, pero miren ustedes lo que son las cosas,  los componentes de la II sección de la Cía. Austria estábamos de misión en Mostar. A media mañana, nos anticiparon que el relevo llegaría al día siguiente algo más tarde de lo acostumbrado. Estaba prevista una evacuación de heridos del hospital musulmán y en la columna de blindados en los que iban a ser transportados los heridos,  vendría nuestro relevo que cuando llegara se haría cargo de la misión, mientras que nosotros terminado el relevo nos uniríamos a la columna y transportaríamos también heridos a Medjugorje, donde serían embarcados, en una zona habilitada al efecto, en unos helicópteros MIG de fabricación yugoslava que los llevarían a una zona segura en territorio musulmán.

Lo de evacuar heridos y sacarlos de un lugar peligroso en los que no hay medios para atenderlos era y es, una actuación plenamente humanitaria que por tanto debía satisfacerme y que sin embargo me ponía de los nervios. Por mucho que me empeñara, no podía evitar recordar otras evacuaciones en las que había intervenido, en las que el traslado de aquellos heridos, en lugar de una acción positiva se había transformado en un elemento de confrontación entre los dos bandos contendientes, en el que el odio y la miseria moral más absoluta sobresalía por encima de cualquier otro aspecto.

Para que se hagan una idea  les voy a contar  los prolegómenos llevados a cabo en todas y cada una de las evacuaciones, siguiendo un protocolo inmutable que parecía inscrito en lo más profundo de la conciencia de los intervinientes y que por lo tanto seguro que sería de aplicación a la que íbamos a realizar. Estaba convencido que para la evacuación prevista llevarían ya más de una semana negociando el número de heridos a evacuar e investigando la identidad de cada uno de ellos. Los primeros en romper el fuego habrían sido el doctor Milovic, director del hospital musulmán y su homónimo croata que basaban su negociación en aspectos puramente médicos.

Tras ponerse de acuerdo los médicos en cuáles iban a ser los parámetros sanitarios aceptables que se aplicarían a la evacuación en concreto, entrarían en acción los representantes musulmanes y croatas presentes en la Comisión Mixta, que seguro se habían dedicado a complicar una decisión - tomada por dos profesionales de prestigio, conforme a su leal saber y entender - en una batalla campal que en interminables sesiones habrían discutido, modificado o reducido las listas, con un problema evidente. Por parte de los croatas, no había la menor intención por de facilitar el proceso y los musulmanes tampoco crean ustedes que ponían demasiado de su parte. Por tanto, todo eran pegas y problemas y a los heridos que los fueran peinando.

Durante días, incansablemente la lista habría ido modificándose por no parecer conforme el nombre de alguno de los propuestos o por el fallecimiento de uno de los heridos. Tras lograr un acuerdo  habrían discutido de cuántos heridos, que pudieran viajar sentados, serían aceptables para las autoridades croatas y cuántos de los que tenían que viajar en camilla se aprobarían, el por qué les preocupaba este detalle, es algo que nunca fui capaz de entender.

Todo eso para que con toda probabilidad, tras ponerse de acuerdo en todos los detalles posibles, con todas las firmas y los sellos correspondientes, en el último momento, cuando ya hubiéramos embarcado a los heridos autorizados en los blindados tras un larguísimo y minucioso proceso de inspección, surgiría por sorpresa un problema que detendría el proceso y obligaría a negociar de nuevo a las dos partes. Mientras que toda aquella pobre gente sufría en silencio, el tiempo que durara el nuevo debate, sentados en un BMR, sin más asistencia que la que le pudieran proporcionar los legionarios, que naturalmente poco o muy poco podían hacer por ellos
Las "recomendadas" de Milovic
Una exhibición brutal de mezquindad, de desprecio por la vida de los seres humanos, de crueldad, que me revolvía el estómago, por eso digo que me ponía de los nervios. Se me hacía muy difícil soportar ver a toda aquella carne doliente, que eso eran los heridos para las autoridades croatas, sufriendo innecesariamente la espera, en silencio, sin saber si el convoy saldría o no, aguantando el dolor, soportando la sed, mientras cuatro cabrones le buscaban los tres pies al gato solo por joder la paciencia. Y perdonen ustedes la manera de señalar, pero todavía se me sube la sangre a la cabeza cuando recuerdo aquel tremendo, oscuro y doloroso circo.

Pero vamos a lo que vamos, por la mañana mientras esperábamos al relevo habíamos preparado los blindados al objeto de dejar libre el mayor espacio posible, teníamos las tripulaciones al completo y el hacer espacio era asunto muy importante. De todas maneras llevaríamos menos heridos que los BMR que subían de Dracevo para llevar a cabo la evacuación, que seguro venían con la tripulación reducida al mínimo. 

Estábamos a la espera de su llegada y sorprendentemente a las 09,00 horas apareció el convoy que venía a las órdenes del teniente coronel Alonso Marcili el jefe de nuestra bandera, rogué a los cielos para que la evacuación se produjera de la manera más rápida posible, porque a pesar de lo temprano de la hora hacía ya un calor insoportable. Bajé del blindado para darle las novedades reglamentarias.

Tras hacerlo, me puse en contacto con la sección entrante y le expliqué al teniente que la mandaba lo que había sucedido el día anterior y lo que esperaban, unos y otros, que hiciera a lo largo del día. Recados, transporte de personal a un lado y otro del Neretva, entrega de documentos, etcétera, etcétera. Finalizado el relevo sin novedad y con rapidez, me puse en contacto con el BMR de mando para saber qué lugar debía ocupar.

Debía haber más de quince blindados, así que la calle principal del barrio musulmán parecía la M-30 en un lunes por la mañana. Me contestaron que iría en cabeza de la columna y que me dirigiera con mi sección al hospital para comenzar a cargar los heridos. Me dio el pálpito que las cosas iban a marchar, por una vez en la vida, de manera correcta. Así que ordené de frente a mi columna y nos dirigimos al hospital musulmán, entramos en el recinto, giramos alrededor del edificio y paramos justo ante la puerta que utilizábamos siempre y que nos permitía estar a cubierto de los disparos croatas si éstos decidían montar un numerito por sorpresa.

Ordené que bajara la gente para ayudar a los heridos, me acerqué al grupo que estaba ante la puerta en el que había croatas y musulmanes vestidos de civil y de militar, pude ver al doctor Milovic que hablaba con mi teniente coronel, estaba el brigada “Málaga” y un intérprete. Llegué hasta ellos y solicité instrucciones, recordé sin dirigirme a nadie en concreto que llevaba las tripulaciones al completo y me comunicaron que llevaría a seis heridos sentados y uno en camilla en cada uno de los BMR.

Me acerqué a los jefes de pelotón y les comuniqué lo que había, en los blindados los heridos debían ir en la parte delantera sentados en los bancos y los legionarios ocuparían la parte posterior de los BMR, que en cuando saliéramos de Mostar deberían llevar la escotilla trasera cerrada por seguridad. Entrarían primero los heridos que iban sentados y después con mucho cuidado colocaríamos al que fuera en camilla, los BMR irían atestados pero no había otra manera de hacerlo.
Hospital musulmán Mostar

Fuimos cargando por turno frente a la puerta para que los heridos caminaran lo menos posible, era una tarea lenta y delicada. Empezamos por mi blindado, bajó todo el mundo salvo el 1º Guerra que ocuparía la escotilla delantera conmigo. Vi a Milovic hablando excitadamente con el intérprete y desde ese mismo momento supe que me iba a encargar de algún transporte especial. Mientras lo miraba, haciendo ver que no lo hacía, oí a mi espalda  a alguien que gritaba ― ¡Reves, Reves! ― me volví y me encontré con un viejo conocido. Viejo porque desde luego no iba a volver a cumplir los sesenta y cinco años y también porque lo conocía desde el principio de la misión.

El musulmán que me llamaba, formaba parte de un grupo que en Dracevo al comienzo de la misión, se colocaban tras la alambrada al lado de la tienda comedor y nos pedían comida cuando íbamos a comer. Tenían hambre, pero se pirraban por el tabaco y la Pepsi Cola, la mayoría eran mujeres y niños y el pobre anciano llevaba siempre la peor parte en las simpatías de los legionarios que daban su comida a los niños y las mujeres. Compadecido por esa situación, le había dado un par de veces una botella de Pepsi de dos litros y el tío se tomó el trabajo de averiguar cómo me apellidaba, no acertó al 100% porque dejó el Rives transformado en un Reves, pero en cuanto me veía acercarme a la cola, empezaba a llamarme, lo que no fue nada bueno porque al final todos los del grupo tomaron ejemplo y aquello era un  circo con gran satisfacción de los legionarios presentes que se partían de risa.

Cuando la presión sobre los musulmanes de la zona de Capljina se hizo insoportable, muchos musulmanes que vivían allí de toda la vida, se vieron obligados a huir al barrio musulmán de Mostar para salvar la vida. No había vuelto a ver al anciano en  el barrio, pero hacía cuatro días había ayudado a recoger a un hombre al que un tirador croata le había metido un disparo en el estómago, cuando lo sacamos del cruce en el que había caído, me di cuenta de que era mi amigo el de la Pepsi Cola, se lo llevaron al hospital y ahora me lo encontraba otra vez. 

Estaba igual de flaco que siempre, con una tez más cenicienta que de costumbre, caminando por su pie, aunque le ayudaban en la tarea Valerón y Ascanio, con una bolsa de suero colocada en una vía que sujetaba con una mano y bajo el mismo brazo en la que se la habían colocado, un cartón de Red Wolf, una marca de tabaco bosnia, envuelto en papel de periódico, obsequio que llevaban todos los heridos que evacuábamos sin distinción de edad, sexo o condición. Hacía apenas cuatro días que le habían metido un balazo en el estómago, lo habían operado y según  el criterio de los médicos era un herido leve, listo para viajar sentado.

No pude por menos que reflexionar sobre increíble la capacidad de sufrimiento que poseía aquel hombre, que en las cercanías de Dracevo había perdido su casa, su mujer y dos hijos y no se daba por vencido. Pero lo que resultaba increíble, es que con lo que ya arrastraba de antes, más el hambre y la miseria que habría pasado en Mostar, el disparo, la operación y todo lo demás, fuera capaz de sonreírme contento y satisfecho, estaba encantado de haber encontrado a su amigo Reves. Tragué saliva un par de veces porque se me hizo un nudo en la garganta y lo saludé cordialmente, lo que sirvió para tranquilizarlo, cuestión que aprovecharon de inmediato los dos legías para subirlo al BMR en un santiamén.

Cuando me quise dar cuenta se me venía encima mi amigo el doctor Milovic, al que personalmente temía más que un nublado, por muchas y variadas razones que ahora mismo no vienen a cuento, me dio la mano muy sonriente y cogiéndome por el codo me llevó hasta la puerta del hospital. Allí estaba el intérprete con una enfermera a los que acompañaban una señora y una niña, que tenían bastante buen aspecto, comparadas con el resto de heridos.

El intérprete me explicó que Milovic tenía un interés especial por las dos, que la señora tenía una herida de metralla en la cadera y la niña iba también  herida, no eran  familia, pero la señora cuidaría de la niña y el doctor quería que me ocupara personalmente de su transporte y de que tuvieran un buen  lugar en los helicópteros. Miedo me dio lo del “interés especial” del director del hospital, porque ya había tenido bastantes experiencias en las que el doctor Milovic me había metido en líos morrocotudos sin que le temblara el pulso, pero haciendo de tripas corazón,  sobre todo después de mirar a la niña,  me comprometí a cuidarlas, llevarlas en mi blindado y atenderlas hasta que su helicóptero despegara. 

Hice un  gesto a mi gente para que se acercaran,  se hicieron cargo de las dos y las llevaron hasta el BMR, le grité a Guerra que la señora y la niña viajarían sentadas junto a la escotilla delantera, a mi lado, ellas sentadas en el banco y yo de pie. Le dije al intérprete que sintiéndolo mucho, no podía atender a Milovic, que me estaba soltando un discurso de agradecimiento tan exagerado que no hacía otra cosa que preocuparme, porque si me estaba tan agradecido sólo podía significar  que me había metido otro gol de los suyos, renegué por lo bajini, sonreí al doctor que al fin y al cabo hacía todo lo que podía por su gente y con el que mantenía una especie de relación amor - odio imposible y  me acerqué a la sección para comprobar cómo iba la carga de los heridos. Daba angustia mirarlos, pero no podía por menos que admirar su temple.

Terminamos de cargar, logré, no sin  trabajo, que Milovic me soltara la mano, le pedí permiso a mi teniente coronel y salimos lentamente para ocupar nuestro puesto en cabeza de la columna. Ahora sólo quedaba esperar, la caga de los evacuados era per se un proceso lento y hacía un calor de mil pares de narices.

Mañana continuaremos con el presente relato, si a ustedes les apetece.

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